miércoles, 30 de noviembre de 2016

Profecías autocumplidas o el poder del Efecto Pigmalión

No es raro que los padres o los profesores mencionen que a cierto niño "le gusta / le cuestan las matemáticas", "le gusta / no le gusta mucho leer" o incluso calificarlo despectivamente con frases como "es un trasto, siempre está metiéndose en líos, es un vago, etc."

Estas aseveraciones se dan en casi todos los casos, sean positivas o negativas. Y es que todos los niños, así como todos los adultos, causan una primera impresión y se ganan una fama con sus actos. Todo esto, que parece una práctica de lo más natural, adquiere tintes cuasi-premonitorios cuando oímos hablar de las llamadas profecías autocumplidas.

La teoría de la Profecía Autocumplida nos habla de cómo las creencias sobre un individuo concreto pueden acabar volviéndose realidad aunque en principio no lo fueran necesariamente, ya que esa persona adaptará sus conductas aún sin darse cuenta para que sean coherentes con dichas creencias.

Este efecto es la base por la cual "funcionan" los horóscopos, y cuando decimos funcionar estamos siendo generosos, claro. Pero el caso es que si realmente creemos que por naturaleza somos impetuosos y vivarachos, actuaremos de esa forma pues "sabemos" que somos así. Otro ejemplo similar es el del pueblo Ashanti de Ghana, una cultura en que una parte del nombre de cada niño viene determinado por el día de la semana en que nace, siendo esta terminación la que indica a los padres la personalidad que el infante desarrollará. Ambos casos han sido estudiados y se ha comprobado que existe una influencia real de lo que se espera del individuo en su futuro comportamiento.

Por supuesto las profecías autocumplidas, también llamadas Efecto Pigmalión, nos afectan en más ámbitos de lo que en un principio podríamos suponer. No es raro por ejemplo que los profesores intuyan que ciertos alumnos obtendrán mejores resultados en los exámenes y que sea justo eso lo que suceda. La clave en este caso es el trato diferente que se da a cada alumno y el efecto que esto tiene en su motivación. Con esto en mente podemos concluir que lo peor que le podemos hacer a un niño es decirle directa o indirectamente que no podrá ser lograr tal o cual cosa, ya que hasta cierto punto somos nosotros mismos quienes le estamos condenando al fracaso.

El efecto Pigmalión toma su nombre del la leyenda griega que narra como un escultor llamado Pigmalión se enamora de su propia creación y esta se convierte justamente en la humana que él había imaginado.

Este fenómeno está estrechamente relacionado con la indefensión aprendida, ya que el individuo aprende que no puede lograr una meta y por tanto lo mejor es ahorrar energías y no intentarlo. Si nadie cree en nosotros ¿para qué vamos a esforzarnos? Al fin y al cabo si todos dicen que no podemos lograrlo, es muy probable que lleven razón.

Librarse del efecto Pigmalión es casi imposible, aunque una vez somos conscientes de que existe podemos mitigar sus efectos cuestionándonos si lo que dicen de nosotros o lo que pensamos de los demás es cierto o no y que pruebas tenemos de ello. La mente humana opera con mecanismos extremadamente complejos y es capaz de lograr auténticas proezas pero también del autosabotaje más terrible. A veces lo hace de forma tan sutil que nos resulta extraño oír como se desarrollan algunos fenómenos mentales, y este es quizás el caso de las profecías autocumplidas. Si has leído todo lo anterior, puede parecerte contraintuitivo e incluso una falacia, pero el caso es que el efecto Pigmalión existe y rodea nuestra sociedad, influyendo en la vida de todos los individuos que la componen.

Si queremos que quienes nos rodean logren sus metas y triunfen, tenemos que dejarles claro que pueden con ello. Si se lo hacemos saber, serán más proclives a adoptar conductas coherentes con estas creencias. Especialmente importante es el caso de los más pequeños, pues es en la infancia y juventud cuando se forman nuestra personalidad y forma de ver la vida. Los padres y los profesionales deberían ser todavía más conscientes de esto y actuar en consecuencia, para así intentar siempre que nuestros jóvenes puedan aprovechar al máximo su potencial.

Si como profesores detectamos un niño/a desmotivado, deberemos intentar hacerle saber que puede lograr mucho más de lo que cree. Cada uno tiene sus propias limitaciones pero resulta totalmente contraproducente agravar la situación creando limitaciones adicionales de forma artificiosa. Si en cambio somos padres y nuestro hijo/a vuelve de clase alicaído por los resultados que obtiene, debemos darle ánimos y ayudarle a ver que cualquiera puede tener un mal día o incluso una mala racha, y que con esfuerzo puede lograrlo. También puede resultar muy beneficioso hablar con el profesorado si vemos que nuestro hijo se ha ganado una mala fama injustificada, por ejemplo de vago, de nervioso y agitador, poco atento, revoltoso, etc.

Y si todo esto falla, siempre podemos hablar con el propio niño y ayudarle a ver que la forma en que nos ven los demás no debe determinar cómo nos comportemos luego.


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