sábado, 28 de mayo de 2016

Videojuegos, trabajo y adicciones.

Los videojuegos tienen acérrimos seguidores desde el día en que salió el primero al mercado y con cada nueva generación de consolas más y más consumidores se han unido al disfrute de este particular medio, llegando al punto en que hoy en día llegan a ser auténticos espectáculos de masas.

Lógicamente con el crecimiento del fenómeno han llegado aquellos que se sirven del mundo del videojuego para conseguir sus metas, ya sea esta obtener un sustento económico mediante o bien la atención y admiración de la comunidad de jugadores. Ejemplos de este tipo de actividad los encontramos ya no sólo en los blogs y otras webs de noticias y críticas sobre el mercado de videojuegos, sino también en la retransmisión de las partidas que se juegan, ya sea en diferido (Youtube) o en directo (Twitch). De hecho actualmente ya existen una versión de las olimpiadas al estilo "gamer", es decir, grandes competiciones y torneos de videojuegos que en algunos casos son seguidas por millones de personas y por tanto los organizadores y participantes pueden en algunas cosas monetizar esta actividad como si de un gran evento olímpico se tratase.

Los Pokémon originales revolucionaron el el potencial socializador de los videojuegos.

La mayoría somos conscientes de la gran presencia que tienen estos productos en nuestra sociedad, pero pocas veces nos detenemos para analizar los efectos que estas actividades tienen en nuestra mente, para bien y para mal. La realidad es que podemos llegar a obtener grandes beneficios cognitivos de ellos, pero cuidado, ya que también pueden llegarse a convertirse en adicción (como todo, en realidad). Hablemos primero de los beneficios.

Los videojuegos que tienen un componente social (es decir, que en ellos participan simultáneamente varios jugadores) son una actividad competitiva y por ello moldean nuestra conducta social y nos otorgan nuevas habilidades al respecto. Además, y según sea el tipo de juego al que jugamos, mejoraremos nuestra capacidad de orientación espacial, nuestra memoria, capacidad de reconocimiento y gestión de patrones lógicos, percepción y muchas habilidad cognitivas más. Otra habilidad que mejora y que me gustaría destacar es la capacidad de resolución de problemas.

Por otra parte, y como he dicho antes, los videojuegos como toda otra actividad que nos produce placer puede acabar convirtiéndose en una adicción si no vigilamos las horas que le dedicamos. Psicológicamente consideramos adicción toda actividad que altera de forma negativa y significativa la vida normal de una persona al tener esta que dejar de lado otras actividades que normalmente realizaría. Una adicción afecta a nuestra capacidad académica y merma nuestra vida social, entre otros.

Aunque todos los juegos son potencialmente adictivos, por su diseño y características unos lo son más que otros.

Para el común de los mortales es sencillo reconocer si nos gustan los videojuegos o si nos hemos convertido en adictos, pero esta línea se difumina cuando los hemos convertido en nuestra forma de ganarnos la vida y por ello ya no es un hobby, sino un trabajo. Tengamos en cuenta que para mantener este modo de vida es necesario jugar durante muchas horas cada día, practicando, grabando las partidas o compitiendo, hasta que el jugador ya no percibe todos los recursos dedicados a la actividad como algo negativo ya que a cambio está obteniendo ciertos beneficios.

El problema es que aunque el sujeto no perciba esta actividad como un problema, los efectos patológicos siguen muy presentes lo que implica que la vida de esta persona puede llegar a ser dominada por la actividad en cuestión y perjudicarles mucho con efectos a nivel social, psciológico y emocional. En cierto sentido podemos hacer una analogía con los llamados "adictos al trabajo", solo que en este caso en concreto es un trabajo que a muchos les puede parecer más interesante y menos pesado que otros más clásicos.

Un adicto al trabajo se define como alguien que se percibe como una persona de éxito en ese ámbito, o al menos capaz de producir más que el resto, que usa la actividad laboral como forma de evasión de los problemas personales, sociales y emocionales, y que por todo ello vive por y para el trabajo, dejando de lado el esto de esferas de su vida.

Aquellos que enfocan sus esfuerzos laborales a jugar a videojuegos además no suelen tener en mente una meta que pueda ser realizada con facilidad pues lo cierto es que muy pocos jugadores profesionales llegan a ganar suficiente dinero como para dedicarse exclusivamente a esta actividad. La realidad de nuestra sociedad es que la mayoría de escritores o músicos no obtienen suficiente dinero en base a su actividad por mucha calidad que tengan sus obras, pues la industria prefiere mantener a unos pocos elegidos y hacer llegar sus creaciones a la grandes masas. Así pues ¿Por qué iba a ser distinto el mundillo de los gamers o "videojugadores".

De todas formas, lo importante es saber que los videojuegos nos ofrecen además de diversión una serie de beneficios que podemos aprovechar si hacemos un uso responsable de ellos. Nos entretienen, nos dan tema de conversación con nuestros amigos y mejoran nuestras capacidades mentales, ¿qué más se puede pedir? Como norma general y para evitar la adicción a esta u otras actividades, habremos de atender al número de horas que les dedicamos y cuando dejan de ser para nosotros un divertimiento y pasan a ser una actividad que realizamos por mera costumbre u obligación.

Fuentes: 

lunes, 23 de mayo de 2016

Los analgésicos afectan a tu cerebro y no sólo quitándote el dolor de cabeza.

Cuando me duele mucho la cabeza hago como todos y me tomo un Paracetamol (o Ibuprofeno u otro, según) pero procuro usarlo sólo cuando es estrictamente necesario pues es bien sabido que nuestra sociedad tiende a abusar y mucho de este tipo de medicamentos hasta el punto de que casi todos los españoles tenemos alguna caja en casa (algunas caducadas, que ese es otro tema). No soy médico así que no hablaré sobre los perjuicios más conocidos sobre el consumo exacerbado de este tipo de medicamentos pero si que me gustaría detenerme un segundo para hablar de algo relacionado.
Molécula de Paracetamol, también llamado acetaminofén o acetaminofeno o C8H9NO2 o N-acetil-para-aminofenol o para-acetil-aminofenol o N-(4-hidroxifenil)etanamida... Y por esto no estudié química.

Me refiero al embotamiento emocional que producen los analgésicos, efecto poco conocido pero que deberíamos tener en cuenta. Los estudiosos del tema hace años que saben que estos medicamentos no sólo afectan el dolor físico sino que también atenúan el dolor psicológico, pero ahora además a este conocimiento se añade el de que también disminuyen la intensidad de las emociones positivas.

Hace un año Durso, Luttrell y Way publicaban un estudio en que se usaron dos grupos, uno al que se administraban 1000 mg de Paracetamol y otro al que tan sólo se le daba un placebo, tras lo cual se les presentaban imágenes de contenido emotivo según el sistema IAPS. Los resultados obtenidos parecen indicar que este tipo de sustancias afectan significativamente a nuestra forma de sentir mientras estamos bajo sus efectos. En concreto se encontró que al tomar acetaminofeno (nombre genérico para el Paracetamol) la intensidad de nuestras oscilaciones emocionales se ve reducida por lo que nos hace sentir menos tristes, pero también menos alegres, aplicándose esto para el resto del espectro emocional.



Si te estás preguntando como puede ser esto posible y si tal vez a ti no te afecta pues no recuerdas haber sufrido estos efectos nunca, has de saber que también se concluyó que estos efectos del Paracetamol no son percibidos por quién lo toma de manera que no llega a ser consciente de dicho embotamiento. De todas formas, no os asustéis, nadie ha dicho que de golpe tengamos que dejar de tomar este tipo de medicamentos pero quizás sea otra buena razón para dejar de tomarlo tan asiduamente y dejarlo para cuando nos haga falta de verdad.

viernes, 20 de mayo de 2016

Autismo: mitos y verdades

Lo primero que hay que dejar claro cuando tratamos este tema es que no existe un patrón realmente universal de cómo será la personalidad o la forma de ser de una persona con autismo ya que su manifestación comportamental y emocional dependerá en buena medida de cada individuo en concreto y no del trastorno que padece. Por simplicarlo, el autismo condiciona en cierta manera a la persona pero no la define.

Dicho esto, hay que decir que sí es cierto que el autismo se relaciona con una forma concreta y peculiar de sentir, pensar y experimentar la vida, pero incluso dentro de este tipo de trastornos encontramos diversidad y es por ello que hablamos de autismos en plural, no de autismo, siendo de hecho el término más correcto el de "Trastorno del espectro autista" o T.E.A, término que refleja esa variedad dentro de este tipo de trastornos.

Lo interesante es que hablando desde un punto de vista psicológico hay varias maneras de entender como funciona la mente de una persona que sufre T.E.A. y como esto le afecta. Estas formas de entenderlo se desarrollan en las diversas teorías que podemos encontrar a este respecto, entre las cuales encontramos la tª de la mente, la tª de la coherencia central débil, la tª de las funciones ejecutivas, la tª de la empatía y sistematización o la tª del iceberg entre otras. Vale la pena informarse un poco sobre cada una de ellas para tener un visión global del fenómeno, ya que no siempre son excluyentes entre sí.

Abarcar todas estas teorías en una sola entrada del blog sería imposible así que por ahora comentaremos las características del T.E.A. en general. Se suele definir como un neurotrastorno que afecta al desarrollo normal del individuo afectándole con déficits en sus habilidades comunicativas y de interacción social, así como desarrollando patrones rígidos y repetitivos de comportamiento en forma de conductas estereotipadas y limitación en cuento a las preferencias de actividades e intereses. Sólo entendiendo dichas consecuencias del T.E.A. podremos eventualmente comprender el modo de actuar y reaccionar ante ciertas situaciones que presentan quienes lo padecen.

Cuando aparece una conducta estereotipada conviene por ello detenerse y pensar en que puede haberla causada, cuál es su desencadenante y qué factores pueden estar manteniéndola. Algunos de los desencadenantes más comunes son:
  • Sobreexigencia: Cuando se percibe que una tarea sobrepasa las capacidades que uno posee.
  • Exceso de estímulos: Dificultad para manejar estímulos excesivos por cantidad o intensidad.
  • Falta de estímulos: Lo contrario de lo anteriormente dicho, es decir la falta de estimulación que eventualmente produce el aburrimiento.
  • Dolor: A veces las conductas estereotipadas toman forma de autolesiones, esto se debe a que dichas acciones pueden liberar en nuestro cuerpo endorfinas que producen placer. Por supuesto hay que evitar estos comportamientos a toda costa.
Ha pesar de lo dicho, insistimos en que la etiqueta de T.E.A. describe al trastorno y no a la persona, siendo el diagnóstico un mero punto de partida para la intervención. Quede claro que para alcanzar el objetivo de mejorar lo máximo posible la vida de quienes lo padecen será necesario aumentar su inclusión en los ámbitos socio-educativos y la lógica internalización de su existencia, así como la eventual aceptación de la diversidad de formas de ver el mundo que deriva así mismo de la propia diversidad humana. 


Sólo cuando esa aceptación y entendimiento sean efectivos y reales llegaremos a desmitificar las ideas y preconcepciones que lamentablemente llenan el ideario colectivo respecto al T.E.A. Algunos de estos mitos son:
  • "No quieren comunicarse", cuando la realidad es que carece de recursos comunicativos para conseguir el acercamiento, lo cual puede generar tensión, ansiedad, desconcierto o miedo en situaciones sociales.
  • "Prefiere estar solo", falso pues tiene unas necesidades sociales equivalentes a las del resto de personas. Necesitan igualmente cariño, compañía y compresión, como todos.
  • "No escucha, no entiende", de nuevo falso, ya que si nos da esa sensación es por su forma especial de percibir el mundo que les rodea. Si tratamos habitualmente con alguien que tiene T.E.A. deberemos informarnos y aprender cuál es la mejor manera de establecer la comunicación. Son muy importantes el tono de voz, las palabras que elegimos, etc.
Estos son solo algunos ejemplos, pero no es difícil encontrar muchos más. Todos ellos deberán ser sustituidos por información realista y útil, pues si los mitos aumentan la marginación de este colectivo, la verdad y la aceptación son el camino a seguir para alcanzar todo lo contrario, la verdadera inclusión.

Fuente: http://autismodiario.org/2014/09/23/estereotipias-y-autismo-para-saber-mas/

jueves, 19 de mayo de 2016

Frente al abuso sexual infantil

Parece que cada vez es más habitual enterarse por los medios de comunicación habituales de cuando sucede un caso de abuso a menores, siendo por su especial gravedad los que más llaman la atención aquellos que tienen componentes de abuso sexual. Bueno, maticemos: cada vez es más habitual que en los noticiarios, periódicos y demás se nos explique para cada caso como era el abusador, su personalidad o conductas, como se sucedió la investigación policial y/o el proceso judicial posterior así como otras características que la prensa crea llamativa para cada caso concreto.

Si bien no se puede negar el aspecto positivo de que este fenómeno se de a conocer para que así aquellos con menores a su cargo lo tengan presente, se echa en falta un análisis global y detallado del fenómeno en sí en lugar de caso por caso. Es por ello que la mayoría de la gente no tiene constancia de la frecuencia con que se da ni las consecuencias reales que comporta el ser víctima de este tipo de abuso.

Y es que aunque la visibilidad del fenómeno en sí es cada vez mayor aún existen miles de víctimas (si no más) que guardan silencio por miedo a no ser comprendidas, a la vergüenza, etc. Es por ello que a veces parece que estemos hablando de sucesos aislados cuando al realidad es que se calcula que alrededor de un 20% de las mujeres y hasta un 10% de los hombres de la población  sufrieron abusos sexuales antes de llegar a su adultez, con el agravante de que más de la mitad de ellos nunca lo cuentan.

Si estas cifras te parece exageradas, mejor que comencemos a definir que entendemos como abuso sexual para evitar equívocos. Abuso sexual es toda acción que una persona efectúa para establecer una relación de poder con un/a menor con el objetivo final de obtener satisfacción sexual. Estas acciones, que alteran gravemente el desarrollo psicosexual de la víctima comprenden desde besos forzosos o miradas morbosas hasta tocamientos de naturaleza sexual o contacto genital, incluyendo además otras conductas como pueden ser el mostrar o producir material pornográfico al menor, comunicaciones con contenido sexual o las simples amenazas con intención de someter a la víctima. Hay que tener en cuenta además que a veces el menor parece consentir este tipo de relación pero es el adulto como tal el que debe ser consciente de la gravedad de sus actos y nunca al revés, pues este tipo de actos a estas edades causan daños, muchas veces irreparables tanto en la salud física y psicosocial de la víctima y representan un atentado contra su dignidad.

Si hemos continuado leyendo hasta este punto, posiblemente ahora queramos conocer como prevenir este tipo de sucesos. Primero hay que saber donde es más probable que sucedan y hay que decir al respecto que los lugares más habituales son el propio hogar del menor, el entorno escolar y otros ámbitos que ostenten características similares a estos dos en cuanto a responsabilidad, confianza o poder: familia extensa, actividades extraescolares, actividades deportivas o instituciones religiosas. Como vemos, en general se tratará de personas con capacidad para ganarse la confianza del menor y del entorno familiar de este (cuando no formen parte directamente de este).

Por otra parte hay que tener en cuenta, y de forma similar a lo que hablábamos ayer sobre el acoso escolar que muchas veces se aceptan y justifican algunas de estas conductas mediante ciertas creencias o prejuicios como aquellas que dicen que se trata de "hechos excepcionales", "cosas propias de las clases humildes o familias desestructuradas", "casos debidos a la violencia y sexualidad de los tiempos actuales", "producto de la incapacidad de los varones para controlar sus impulsos sexuales" o la que en mi opinión es la peor de todas "el/la menor fantasea o seduce a los adultos".

Como decíamos antes, un agravante de estas situaciones es que pueden transcurrir meses o años hasta que el/la menor cuenta lo sucedido (cuando no se lo calla para siempre) debido al sometimiento emocional y/o físico al que se ve sometido por parte del abusador. Un hecho típico es que el menor acabe creyendo que la responsabilidad de lo sucedido es suya o bien compartida por ambos, cuando en realidad el único responsable es el agresor. Es por ello que la víctima tenderá habitualmente a querer poner tierra de por medio y callará para olvidar todo lo que sucedió, asegurando de esta manera la impunidad del abusador para seguir actuando ya sea sobre la misma persona o sobre nuevas víctimas. Se estima que menos de un 5% de las víctimas revelan lo sucedido con justo tras haber sufrido el abuso.


A este respecto me gustaría aclarar algo: no es raro oír y defender que los abusos no producen daño real en las víctimas o "no son tan graves", "el tiempo lo cura todo" y frases hechas de similar contenido. No obstante esto es totalmente falso pues una cosa es que la víctima calle y trate de olvidar y otra muy distinta que lo consigan pues el trauma sufrido suele llegar a tener consecuencias que a duran toda la vida, produciendo graves trastornos en su personalidad, trastornos depresivos, ansiedad, estrés postraumático, problemas de relación, psicosomáticos y de adaptación (sobre todo a nivel de la futura vida sexual). El número de problemas psicológicos sufridos así como su gravedad se relacionan positivamente con la intensidad de la culpabilización que presente el menor, esto es, en que medida se considera a sí mismo/a responsable o lo consideran aquellos quienes conocen lo que le sucedió.

Por todo lo dicho, es especialmente importante prevenir este tipo de sucesos lo más rápido posible evitando así su cronificación, concienciando a la sociedad, aumentando y mejorando la formación existente de los profesionales que trabajan con menores, todo ello con motivo de que podamos identificar más eficaz y rápidamente cuando se pueda estar dando un caso de abuso a menores, pues notificar de nuestras sospechas a las autoridades es vital para que se activen los medios dispuestos para garantizar el análisis de las evidencias y poder proteger efectivamente la integridad del menor. Recordemos que cuanto más se prolongue la situación de abuso, más graves serán las consecuencias y más difícil la recuperación.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Qué hacer cuando nuestro hijo o hija sufre bullying

Algunos tal vez diga "¿bullying, qué es eso? Pues bien, este término de origen anglosajón es lo que comúnmente se conoce como acoso escolar. Hablamos pues de menores que se burlan, ríen e incluso agreden a otros de forma insistente y premeditada. Este problema está lejos de solucionarse a nivel social, pues es un fenómeno que muchos padres tienden a interpretar como "cosas de niños" cuando la realidad es que con las nuevas tecnologías el problema se ha ido agravando cada vez más.



Además, se trata de una problemática bastante compleja donde difícilmente se puede encontrar una causa única para cada caso en concreto ya que suelen ser varios los factores que propician este tipo de conductas: ausencia o escasez de límites y normas, dificultades a la hora de transmitir o aprender valores, sentimientos de rechazo o exclusión, haber sido previamente el agresor víctima de acoso y por supuesto la exposición a modelos violentos sobretodo si estos provienen del ambiente familiar.

Hablando de los agresores, suelen por regla general niños con un carácter temperamental, con dificultades para tolerar las situaciones frustrantes, que muestran comportamientos agresivos y desafiantes y por tanto tienden a intentar dominar a quienes parezcan según su criterio más débiles. Cuando hablamos de debilidad nos referimos siempre según el especial criterio que estos menores tienen, y puede referirse a tanto a una potencial víctima de carácter más tranquilo, a alguien que no posee lazos sociales tan fuertes o extendidos en ese entorno social concreta o simplemente alguien que aparenta ser físicamente más débil que el agresor.

Como vemos, casi cualquier motivo puede valer y es que el acto dominador en sí mismo le proporciona al acosador una sensación de victoria, grandeza o éxito que además necesitará prolongarse para mantener esas sensaciones, de modo que el acoso acaba siendo recurrente. Por ello acaban autojustificando sus conductas pues con ellas obtienen lo que quieren y es precisamente por esto que cada vez se darán más frecuentemente (no se trata de un problema que seguramente se solucione por sí solo con el tiempo).

La solución pasa indefectiblemente por la intervención de los adultos. La clave sobre cuando es conveniente intervenir o no es el sufrimiento del menor, siendo la norma que un menor no debería sufrir ningún daño psicológico, físico o social de forma repetida cuando esto pueda ser evitado. Es por eso que cabe identificar a un acosador lo más rápido posible para detener sus acciones antes de que el daño vaya a más.

Como padres, si detectamos algún cambio en el comportamiento o estado anímico de nuestros hijos deberemos siempre intentar averiguar a qué se debe. Si creemos que podemos estar frente a un caso de acoso deberemos escuchar atentamente lo que el niño/a nos cuenta y tomarlo en serio, no restarle importancia.

Este último punto es importante porque las consecuencias que puede llegar a tener el acoso sistemático son graves y variadas, pudiendo por supuesto llegar a afectar a la salud del menor, tanto a nivel físico como psicológico. La víctima puede desarrollar síntomas ansiosos, fobia al ámbito escolar, comportamiento agresivo y episodios depresivos, pudiendo llegar a intentos de suicidio en los peores casos. Por eso insistimos en que si detectamos un potencial caso de acoso escolar nunca debemos olvidar el tema como "cosas de niños" ya seamos nosotros los padres o profesores del menor.

Existe un problema añadido debido a que muchas víctimas de acoso callan ante lo que sucede ya sea porque sienten que la culpa es de ellos por no saber encajar, por miedo a las represalias, al calificativo de "chivato", etc. Por ello es importante atender a los cambios comportamentales del menor, a los cambios en conductas específicas y a los cambios de humor que nos parezcan anómalos.

Un estado emocional inusualmente triste y que se mantiene en el tiempo es un claro indicativo, pro ejemplo. Otros posibles síntomas serían los lloros frecuentes, sufrir pesadillas recurrentes o cambios en el sueño, perdida o aumento anómalos del apetito, irritabilidad, así como síntomas somáticos como dolores frecuentes, vómitos, etc. Por supuesto, si el menor presenta arañazos, moretones y similares que no quiere justificar o lo hace forma poco creíble, puede ser que esté ocultando la verdad. De la misma manera, si pierde con frecuencia material escolar u otros objetos o estos regresan a casa dañados (lápices, ropa, paraguas, etc) puede ser otro claro indicador de que posiblemente algo no anda bien.



Todos estos síntomas deben contextualizarse y aquí es cuando los padres deben demostrar en que medida conocen a sus hijos, pues ¿quién mejor que ellos para saber que es normal y que no en sus hijos? También deberemos atender a las relaciones sociales, si el menor tiene amigos, si deja de hablar con alguna amistad sin razón aparente, si se relaciona con el resto de su clase, etc. A veces el menor pide explícitamente que se le acompañe a clase para evitar agresiones durante el camino. Por las mismas razones puede faltar al colegio o a actividades extraescolares concretas.

En todo caso, el consejo de oro siempre será "Insultos, motes, peleas y el aislamiento social sistemático no son cosas de niños" ni nunca deberá serlo. En estos casos es importante saber marca el límite entre lo normal y lo dañino.

martes, 10 de mayo de 2016

¿Por qué no hay dos caras iguales?

Al hilo de lo que comentábamos ayer mismo, bien podríamos hablar un poco más sobre rasgos faciales, ya que a la mínima que pensemos un momento en el tema descubriremos que nuestras caras son únicas, inconfundibles, y esto es así ya que como el resto de nuestro cuerpo, han evolucionado para cumplir un propósito.

El hecho es que nuestros rostros son muy diferentes entre sí cuando los comparamos con los de otras especies. Una creencia común es la de pensar que nosotros no vemos las diferencias en los rostros de los animales debido a que no son de nuestra especie y que ellos a su vez no verán las diferencias en nuestros rostros. La realidad es que la mayoría de especies animales usan otros indicadores físicos para distinguirse como pueden ser el pelaje, el olor corporal, el color de las plumas, etc. El ser humano en cambio ha evolucionado hasta confiar mayormente en los rasgos faciales como indicador de la identidad.

Esta diversidad es el resultado de años de presión evolutiva y responde a la necesidad de nuestra sociedad en la que cada uno de nosotros entra en contacto con muchos individuos cada día y por tanto necesitamos un método rápido y eficaz para distinguir a cada uno. Aunque este método no es único, sí es el más prominente al ser el ser humano una especie cuyo sentido principal es la vista.

Estas son las conclusiones a las que llegó hace un par de años un equipo de investigadores de la Universidad de California, que comparó los rasgos faciales y corporales de humanos, su forma y diseño, en contraste con los de otras especies animales.

Además de lo dicho, también encontraron que los rasgos de la cara varían mucho más en nuestra especie que el resto de rasgos corporales no únicos, como la longitud de las extremidades. Esta variabilidad no solo se da de una zona a otra, sino que incluso dentro de una misma población existe también una gran diversidad, lo que indicaría que efectivamente esta característica de nuestra especie sirve a un propósito diferenciador.

Curiosamente, existen otras especies que usan sistemas de identificación similares, y aunque la mayoría pertenecen al orden de los primates, no son los únicos. Otras especies serían por ejemplo algunos tipos de avispa, aunque por supuesto no se da una variabilidad tan intensa como en nuestro caso.


No obstante y a pesar de todo lo dicho, este no es el único método que usamos para identificar al resto, ya que por ejemplo lo complementamos con otros rasgos como la altura, la voz o incluso la forma de moverse. Sin embargo a todos nos ha pasado aquello de ver de espaldas a alguien conocido y  resultar que se trataba de una persona totalmente distinta. Por ello se consideran los rasgos faciales como nuestra principal herramienta de identificación.

El estudio llega todavía más lejos y llega a comparar el genoma del humano actual con el de neandertales y homínidos de Denisova, concluyendo que existe la posibilidad de que este tipo de variaciones faciales preceda a la aparición de los humanos modernos.


lunes, 9 de mayo de 2016

¿Juzgamos según las apariencias?

Es un hecho innegable que cuando dos personas se encuentran por primera vez elaboran opiniones sobre el otro, aunque ha día de hoy existen dudas al respecto de cómo exactamente elaboramos dichas opiniones. Hace unos años un estudio afirmaba que en gran parte estas primeras impresiones se creaban en base a la apariencia facial del desconocido, juzgando así si esta persona merece nuestra confianza o no. Lo que parece un inocente estudio sin mayor repercusión no lo es tanto si nos detenemos a pensar en las implicaciones de este hecho, como la influencia de dichos procesos a la hora de elegir nuestras amistades, la severidad con que juzgamos la culpabilidad de alguien o a quién votaremos en las próximas elecciones.

Los estudios que relacionan la personalidad de los sujetos con sus rasgos físicos recibe el nombre de morfopsicología, disciplina que desde hace años recibe el calificativo de pseudociencia, ya que no hay pruebas de que existe esta relación. En cambio, aquí no se habla de que exista esa relación sino de que nosotros creemos la ilusión de que existe al juzgar al resto nada más darles el primer vistazo.
La realidad es que las personas se basan en los rasgos faciales para tomar hasta las decisiones más importantes mediante un proceso que ha recibido el nombre de faceism, lo cual aunque se presume que es un comportamiento instintivo que antiguamente proporcionaba una ventaja evolutiva, a día de hoy acarrea más consecuencias negativas que positivas, convirtiéndose por tanto en un problema a superar.



Según el principal autor del estudio, Christopher Olivola, confiar tanto en la apariencia facial como lo hacemos puede tener, y tiene, consecuencias muy graves para el sistema jurídico y financiero, por no hablar de las implicaciones en nuestra esfera social. Por poner un ejemplo, votaremos con más facilidad a un político cuyos rasgos nos parezcan sinceros que no a uno cuyos rasgos nos parezcan lo contrario. Aunque para estas decisiones entran en juego otros muchos factores, el hecho es que tenemos en cuenta estos rasgos aún sin darnos cuenta y a pesar de que no existe una relación real entre ellos y la forma de ser del individuo. Como dicen los autores, esto debería preocuparnos ya que las caras no pueden en realidad predecir a ningún nivel los rasgos psicológicos de una persona.

Por suerte, parece ser que una vez superada la primera impresión, si se nos da la oportunidad de conocer bien a esa persona se puede mitigar esta tendencia, aunque muchas veces es difícil que se pueda producir esta situación e incluso puede no darse si juzgamos que no queremos tener contacto con dicho individuo. Esto se aplica a todos los contextos, de modo que siguiendo con el anterior ejemplo, los votantes que estén más informados acerca de los candidatos serán menos propensos a tomar decisiones basándose en el aspecto de estos.

La conclusión de los autores es pues, que sabiendo esto debemos tenerlo en cuenta e intentar ser lo más racionales posible y basarnos en los hechos a la hora de tomar decisiones importantes que se basen en la valoración de otras personas.

Fuente: http://www.cell.com/trends/cognitive-sciences/abstract/S1364-6613(14)00209-5