martes, 25 de abril de 2017

La importancia de motivar a los niños y niñas

Me resulta cuanto menos curioso que la mayor parte de las consultas que recibo son respecto a menores y no adultos. En tiempos de crisis o necesidad, la gente está dispuesta a sacrificar su salud psicológica y emocional, pero me tranquiliza saber que este sacrificio no incluye la salud de sus hijos e hijas.

Muchas de esas consultas tienen que ver con problemas relacionados con que el menor manifiesta angustia, ansiedad, dificultades de aprendizaje, miedos inapropiados o conductas conflictivas. Aunque el tratamiento es distinto para cada uno de estos problemas, es interesante ver como existe un factor común que muchas veces hemos ido descuidando y ha agravado el problema. Hablo de la motivación.


Y es que en la actualidad los más pequeños se enfrentan, aunque a veces se nos olvide, a un mundo que ejerce sobre ellos una tremenda presión. Se espera de ellos que obtengan buenas notas (poseyendo el término "buenas" un significado distinto en cada familia), que realicen sus actividades extraescolares, que se comporten adecuadamente, que elijan bien sus amistades y que las mantengan. Cuando flojean en alguno de estos aspectos, muchas veces no encuentran la compresión que deberían y en su lugar reciben quejas por parte de sus padres y profesores, reprimendas, o consejos bien intencionados que en todo caso no les hacen sentirse comprendidos y que en cambio les hace percibir que están fracasando. Por eso quizás es que tantos niños y niñas acaban resintiéndose y presentan una baja autoestima, pensamientos negativos y finalmente falta de motivación en una o varias áreas de su vida.

No es casualidad que diversos estudios relacionen que los niños que reciben apoyo emocional y motivacional adecuado desarrollan su capacidad para combatir los sentimientos pesimistas, y no solo eso, sino que este apoyo incluso parece facilitar el aprendizaje en general. Por supuesto, este estilo educativo podría ser un buen remedio para la lacra que es el acoso escolar o bullying, pues en muchas ocasiones los agresores tienen problemas de autoestima y buscan como víctimas otros a los que perciben como más débiles, por lo que aumentar la confianza en sí mismos disminuiría el riesgo de convertirse en acosador, además de aumentar los recursos que se poseen para evitar convertirse en víctima.

Tanto si queremos evitar la aparición de problemas como si lo que buscamos es que estos remitan, en una terapia psicológica dirigida a menores buscaremos estabilizar su entorno, ayudarles a que definan sus metas, organizar su trabajo y ocio, clarificar prioridades y repartir el tiempo disponible entre ellas, todo ello a fin de que logren sentirse competentes y recobre la confianza en sí mismos. Por supuesto también será conveniente, cuando no necesario, trabajar con los padres o cuidadores para ofrecerles unas pautas que puedan ayudar al menor y mejorar la relación entre ellos.

Lógicamente, deberemos enseñarle al menor estrategias concretas que le permitan expresarse y actuar de forma asertiva, buscando siempre que logre los objetivos que se marque mediante la incorporación de hábitos realmente productivos, pero además será muy importante animarle y saber distinguir cuando es conveniente ayudarle y cuando en cambio hay que hacerle ver que está capacitado para realizar la tarea en cuestión.

Pero no podemos hacerle sentir competente sin antes conocerle, por lo que será muy importante descubrir sus talentos, habilidades y gustos, así como aquellas conductas y actitudes que están limitando las cualidades del menor, todo ello para que desarrolle su potencial al máximo posible. Como vemos, esta parte de la terapia tiene mucho que ver con lo que actualmente se llama Coaching psicológico.


Con esta forma de proceder en mente lograremos, no solo resolver el problema concreto que afectaba al menor, sino proporcionarle estrategias para entender su entorno y a sí mismo, y por tanto poder afrontar también futuros problemas más eficientemente. Además, si logramos que el niño gane autonomía y confianza, también aprenderá indirectamente a disfrutar más de sus éxitos y en general estará más satisfecho con sí mismo.

A pesar de lo dicho habrá quién se plantee si realmente es tan determinante la motivación. Lo cierto es que desde que nacemos, e incluso un poco antes, empezados un viaje de descubrimiento en el que inconscientemente vamos añadiendo creencias a nuestra forma de pensar en base a nuestra experiencias directas e indirectas. Por ello, en nuestra personalidad futura influye familia, ambiente escolar, amistades, las organizaciones a las que nos vamos uniendo e incluso la sociedad en conjunto. Las ideas que conforman nuestro modo de pensar no solo incluyen la forma en que funciona el mundo, sino también la forma en que nos percibimos a nosotros mismos. Llamamos a esto autopercepción, y conforma la opinión que tenemos de nuestra persona, que puede ser más o menos realista, así como positiva o negativa.

Puesto que al llegar a la edad adulta nuestra personalidad ya ha sido formada, es antes de llegar a este punto cuando la persona se ve más influida. Esto no quiere decir que un adulto no pueda cambiar su forma de ser, pero en general le resultará bastante más difícil en comparación a un menor, al cual no olvidemos se está educando.


Viéndolo así es más fácil entender cómo es que síntomas emocionales, como pueden serlo la ansiedad o el miedo, se transmiten fácilmente de padres a hijos, pero por supuesto existen ciertas pautas que nos pueden ayudar a evitar socavar la autoestima del menor y en cambio conseguir que se sienta mejor consigo mismo:
  • Respeta a las figuras importantes para el menor: Si consideras que su profesor, el otro progenitor u otra persona importante en su vida se puede haber equivocado al hacer o decir algo ante el menor, evita criticarlo abiertamente. Es mejor explicarle nuestro punto de vista y las razones que tenemos para pensar así, pero sin desprestigiar al otro. Si por ejemplo un alumno empieza a creer que no puede confiar en las enseñanzas de sus profesores, estaremos propiciando que no les atienda ni se esfuerce en clase.
  • Establecer unas normas y disciplinas claras: Buscamos ser coherentes para ofrecer al menor un ambiente estable. No hace falta ser intransigente, pero es importante que el niño entienda que existen unos límites que todos debemos respetar, y que ciertas acciones se premian mientra que otras deben ser evitadas.
  • Conocer al menor: Tendremos en cuenta sus capacidades y posibilidades para no exigirle metas que no pueda lograr por el momento. Le ayudaremos cuando sea necesario, y le dejaremos actuar por su cuenta cuando esto sea posible.
  • Aceptar al niño: Relacionado con lo anterior, deberemos entender las capacidades del menor en cuestión, sus gustos y sus puntos fuertes, así como débiles. No se le puede exigir a todo el mundo los mismos resultados en todas las áreas, por lo que para lo anterior es necesario no comparar al niño con los demás.
  • Ayudarle a superar sus dificultades: Como ya he dicho, a cada uno se nos dan mejor algunas tareas que otras, y los niños y niñas no son una excepción. Cuando detectemos dificultades en algún área de aprendizaje deberíamos utilizar las actividades que más le gustan para que desarrolle las habilidades implicadas en esa dificultad que sufre. Así, sí logramos que se sienta más confiado al realizar ejercicios del área problemática mejoraremos su autoestima, con la consecuente disminución de ansiedad y miedos.
  • Crear un ambiente de cariño y confianza: Posiblemente sea un consejo demasiado generalista, pero resulta vital que el ambiente familiar sea agradable y que el menor se sienta apoyado. De esta forma cuando cometa un error le podremos ayudar o reconfortarle, mientras que cuando logre un éxito lo celebraremos juntos. Cuando aprendemos a disfrutar de nuestros logros, tendemos a esforzarnos espontáneamente para repetir la experiencia y por el camino desarrollamos nuestros talentos. Nuestra actitud positiva será importante incluso con las más pequeñas victorias, pues el niño debe sentir que su esfuerzo es valorado y no que cada vez se le exige más y más.
  • Dejarle su espacio: Aunque sigamos todos estos consejos los niños son personas, no máquinas. Esto implica que a veces se enfadarán, estarán tristes o simplemente no querrán colaborar o hacer sus tareas. Deberemos aprender cuando podemos afrontar el problema y cuando es mejorar darles un rato para que se calmen. Si logramos estar ambos relajados, conversar con un tono adecuado y explicar las veces que haga falta las cosas, a la larga obtendremos mejores resultados.
Los anteriores consejos serán de utilidad general para la mayoría, pero tendremos que adaptar la forma en que educamos a nuestros hijos a cada caso concreto. Si encontramos dificultades o nos vemos sobrepasados por la situación, lo mejor será buscar ayuda de un especialista en el área en que detectamos problemas (psicólogo, pedagogo, educador, etc) para que nos aconseje y nos facilite pautas que se adapten a nosotros.