viernes, 22 de diciembre de 2017

Dónde me meto, mi nueva web y el síndrome del emperador.

Hace tiempo que no actualizo el blog, y es que como dije anteriormente estaba preparando una nueva página web, una más profesional que reflejase la nueva cara que le quería dar a mi consulta. Creo que finalmente este nuevo proyecto digital ha quedado bastante bien y en él podréis igualmente encontrar una sección bloguera donde seguiré escribiendo acerca de diversos temas psicológicos.

No obstante, esto me deja con la duda de qué hacer con este blog, este pobre rincón que tanta alegría me ha dado, y aunque esta decisión podría cambiar en un futuro, por ahora lo voy a dejar para actualizarlo cada tanto pero más con curiosidades de diversas ramas de la psicología. Por ello eliminaré el apartado de tarifas y de recursos, los cuales serán reubicados en la nueva web, donde podréis encontrarlos a partir de ahora:

Ahora bien, como dije aquí seguiré dejando curiosidades que creo que os puedan resultar interesantes, y hoy por ejemplo me dispongo a hablar acerca del mal llamado síndrome del emperador. Este término, que oigo relativamente a menudo en las salas de vistas de los juzgados, sobre todo en casos de guarda y custodia, describe a a un hijo que maltrata a sus padres sistemáticamente, pero no físicamente sino mediante exigencias continuadas, órdenes, no respetando las normas ni peticiones de estos... Como vemos, se trata de un niño "malcriado" pero llevando esto al extremo más patológico y peligroso.

Nos encontramos pues ante una dinámica familiar en la que el rol jerárquico se ha invertido totalmente, depositándose el poder en las manos de la persona a la que se le presupone menos poder de decisión. Esta situación se da sobre todo cuando mezclamos a un hijo exigente y sin escrúpulos, acostumbrado a que le obedezcan y con carencias empáticas de las que ahora hablaré, con unos padres que no han sabido marcar los límites y que han perdido el control sobre la situación, no sabiendo además como recuperarlo.

De todas formas, aunque se den las circunstancias anteriores, no siempre podemos hablar de Síndrome del Emperador, ya que este término se reserva para los casos más extremos, también llamándose Síndrome del niño Tirano o del Niño Rey. Además, hay que tener en cuenta que el término no refleja un síndrome real, solamente una situación que ciertamente podría tener como origen un trastorno concreto, por ejemplo un Trastorno Negativista Desafiante.

¿Quién?

El niño emperador suele ser varón, tener más diez años y por supuesto no haber llegado a la edad adulta, siendo más típico que esta dinámica aparezca en familias de clase media-alta, aunque no solamente en ellas. Hablamos por cierto de niños generalmente impulsivos, que se dejan llevar pues por sus deseos y que han aprendido que en su casas esos deseos son generalmente satisfechos en cuanto lo pide.

Nótese que hablamos de un menor egoísta, con baja tolerancia a la frustración y al aburrimiento, dificultades para respetar o siquiera asumir las normas, y con baja responsividad ante la autoridad pues actúan ellos mismos como tal. No obstante, los rasgos de personalidad típicos en estos niños van más allá y suelen presentar baja autoestima, relacionándose esto con su escasa capacidad para enfrentarse a los problemas del día a día, lo que los hace autoevaluarse negativamente e intentar compensar esas sensaciones imponiendo su deseo en un intento de mostrarse fuertes, lo cual además les garantiza la atención que en realidad han estado buscando desde el principio.

Por supuesto, esta situación tendrá consecuencias en varios aspectos de la vida del menor. Podemos observar efectos perjudiciales por ejemplo en su rendimiento escolar, que tenderá a ser bajo, además de sumarse a otros problemas de conducta que serán expresados también en clase. Todo ello sobreviene al ser niños que no logran asumir las normas de este contexto, igual que no han aprendido las normas que deberían regir en sus relaciones de familia. Es por ello que en la escuela intentarán imponer sus deseos igual que lo hacen en casa, mediante conductas destructivas y una actitud desafiante.

¿Por qué?

Una vez ya definido el problema, deberíamos preguntarnos cómo hemos llegado a este punto, por qué sucede. Cómo con casi todos los problemas de tipo psicológico, hay diversas teorías que intentan explicar el origen del trastorno, de entre las cuales las más prometedoras apuntan a la gran influencia de diversas variables psicosociales, como es la calidad de la relación entre padres e hijos y el apego que entre ellos se presupone debería surgir, pero que se puede ver afectado por diversos aspectos de la vida laboral, escolar y social de los progenitores y del menor.

Podemos por tanto decir que el ritmo de vida actual afecta a los progenitores, habiendo modificado su rol como tales, desembocando esto en muchos casos en falta de tiempo y energías para poder educar convenientemente a los hijos. Si sumamos estas circunstancias a ciertos aspectos de la personalidad en ellos y en el niño, es cuando más probabilidades tenemos de obtener un pequeño tirano. Nótese que no hablamos precisamente de padres despreocupados de sus hijos, sino de padres que no disponen de tiempo para pasar con sus hijos, por lo que pueden sentir la necesidad de utilizar el poco tiempo que pasan con sus hijos para compensar de algún modo al menor, dándole lo que pide, consintiéndole en todo. Por supuesto, esta no es la única dinámica que puede desembocar en este tipo de dinámica paternofilial, pero desde luego es la más predominante.

En base a lo anterior resultaría fácil culpar a los propios padres y madres en este tipo de casos, atribuyéndoles etiquetas como "irresponsables", "permisivos", o que "no saben hacerse respetar". Sin embargo culpar a los padres resulta una idea excesivamente simplista y que ignora las propias circunstancias de la familia. Siguiendo con lo expuesto antes, un padre o una madre que tengan un horario tan ajustado que no vean a su hijo en todo el día y que solo disponga de uno o dos días a la semana para pasar unas pocas horas con él, fácilmente quiera evitar reñir con él durante esos momentos, por temor a que la percepción del menor respecto a él o ella sea de "esa persona que cuando está conmigo solamente sabe que reñirme", con lo cual se puede dar la actitud de la que hablábamos, tendente a rehuir el conflicto, buscando que su hijo lo tenga todo y sea lo más feliz posible, a pesar de sus circunstancias.



En base a esto podemos decir que estos padres son responsables en buena parte de la conducta de su hijo, pero no por ser irresponsables sino más bien por no entender o no saber afrontar una situación que, la verdad sea dicha, puede ser realmente complicada. Para cambiar la situación o para evitar que se genere, los padres deben entender que el apego, el afecto que sentirán sus hijos por ellos, no depende únicamente de que estos satisfagan sus necesidades materiales, sino también las emocionales y esto implica servirles de referente, educarles en el respeto, lo que redundará en una conducta más adaptada no solo en el contexto familiar sino también fuera de este.

¿Y cómo lo soluciono?

Hay que tener clara una cosa, y es que si bien este problema afectará a los progenitores y al ambiente familiar, afectará más todavía al menor. Sí, en este momento quizás vea colmados todos sus deseos materiales y logre satisfacer todas sus exigencias, pero el problema no es tan grave para él ahora como lo será en un futuro. Y es que los niños mientras crecen reciben una educación, buena o mala, coherente o no, con valores o sin ellos, pero la reciben en todo caso. Una buena educación es clave para un adulto emocionalmente saludable, capaz de solucionar sus problemas, con habilidades sociales y en general bien adaptado en todas las esferas vitales.

Así pues, el niño necesita para crecer sano una buena educación, y esta se distingue no solo por otorgar un afecto constante y fuerte, sino también por marcar unos límites y establecer unas normas apropiadas, que van cambiando con la edad del menor, facilitándole su crecimiento y conversión gradual en un adulto adaptado a su contexto social.

El primer paso para cambiar la situación actual es tener claro que los padres no deben tener remordimientos por no satisfacer todos los deseos del menor. Comprarle todas las videoconsolas del mercado o darle un móvil cada año no va a hacer de él una mejor persona. Una vez tengamos claro que marcar unos límites es también algo que hacemos por él, aunque no se de cuenta y no lo agradezca en un principio, nos daremos cuenta de que esto no nos convierte en peores padres, sino todo lo contrario.

Con esto en mente, y tomada una decisión, empezará un proceso de cambio, donde el objetivo será modificar el patrón de relaciones que se venía dando hasta ahora entre padres e hijo. Las primeras veces lo único que lograremos será enrabietar al niño, pero solamente persistiendo en nuestra nueva actitud lograremos que con el tiempo el menor empiece a cambiar la suya propia. Hay que tener en cuenta que este no es un proceso rápido, sino todo lo contrario y que cuantos más años hayamos estado consintiendo al niño, más costará modificar su conducta, ya que la fuerza de la costumbre es poderosa.

Si estamos ante una situación especialmente difícil o si simplemente nos vemos superados y necesitamos consejos específicos adaptados a nuestra situación y pautas apropiadas, puede ser buena idea buscar ayuda de un profesional, como un psicológo infantil o psicopedagogo.

Fuentes:
Síndrome del emperador o del niño tirano: cómo detectarlo, por Maria Dolors Mas

viernes, 28 de julio de 2017

¿Son realmente efectivas la terapias con animales?

Cada vez es más habitual oír hablar de las terapias con animales o animales terapéuticos. He llegado a escuchar desde cachorros para calmar a los afectados por una catástrofe hasta caballos que de algún modo se supone que ayudan a tratar la adicción al sexo, pero ¿dónde está el límite?

Esta moda, que cada día parece extenderse más, se basa en la creencia de que la interacción con animales puede reducir el estrés. Diversos profesionales se muestran de acuerdo con esta afirmación pero lo cierto es que no hay suficiente evidencia científica para apoyarla. Una revisión de la literatura al respecto realizada por la doctora Molly Crossman encontró que este tipo de terapias a veces logran efectos positivos a corto plazo, otras veces no tenían ningún efecto e incluso en ocasiones aumentaban el nivel de estrés en el paciente. Teniendo en cuenta todos los datos disponibles, Crossman concluía que este tipo de terapias parece ser beneficiosa, aunque en realidad tienen un efecto moderado, no quedando claro si este beneficio se debe a los animales en sí o a otro elemento común entre estos tratamientos.


Según comenta James Serpell, director del Centro para la Interacción entre Animales y la Sociedad de la Universidad de Pensilvania, "Se trata de intervenciones puestas de moda por las convicciones personales de sus practicantes, quienes han visto a sus pacientes en salud mental mejorar tras trabajar con o adoptar animales, pero la investigación al respecto aún está poco avanzada respecto a lo que sería necesario para poder apoyar y promover su uso. En otras palabras, los éxitos anecdóticos no son suficientes."

Evidencias... ¿suficientes?

En realidad, usar animales como ayuda terapéutica no es algo nuevo. Ya durante el siglo XVII se usaban perros con este fin en Inglaterra, mientras que Sigmund Freud a menudo incluía alguno de sus canes en sus sesiones de psicoanálisis. Aun así este tipo de prácticas no empezaron a ser investigadas hasta que el especialista en psicología infantil Boris Levinson escribió al respecto de los efectos positivos que su perro Jingles tenía en sus pacientes, allá por los años sesenta.

A pesar de ello, la evidencia que podemos recopilar a día de hoy, tal y como señalan Crossman y otros especialistas que realizaron revisiones similares antes, es limitada. Decimos esto porque la mayoría de estudios que analizan este tema lo hacen mediante grupos de sujetos pequeños y un número alarmante no tenía en cuenta ni intentaba controlar el resto de posibles variables que pudieran estar afectando al estrés de esos sujetos, como la interacción con el entrenador o propietario del animal, por dar uno de muchos ejemplos. Además, los estudios parecen tender a generalizar los efectos beneficiosos a todo tipo de animales, cuando en realidad un estudio en condiciones debería tener en cuenta que si un tipo de perro produce un efecto, no necesariamente todos los perros lograrán lo mismo y mucho menos animales de otras especies, aun cuando estas sean similares como pudiera ser el caso de un lobo.

Además, como suele pasar con estos temas, los medios de comunicación informativos tergiversan la verdad para lograr un titular que capte el interés del lector, espectador u oyente. Por ejemplo Hal Herzog, psicólogo por la Universidad de Carolina Oeste, ha estudiado ampliamente las interacciones entre humanos y animales y nos recuerda que hace dos años se publicó un estudio que según los noticiarios estadounidenses, indicaba que "Un cachorro beneficia a los niños al reducir su ansiedad", cuando la realidad es que dicho estudio no concluía tal cosa, sino que los niños propietarios de perros presentaban menos ansiedad base que los que no lo eran, pero aclaraban que el estudio no podía esclarecersi era por la presencia de los animales o por un factor relacionado a tener una mascota pero externo al perro en sí, por lo que se requería más investigación al respecto.


Falacias de evidencia incompleta
Lamentablemente, son resultados como los anteriores los únicos por ahora que apoyan a las terapias con animales, pero como dijimos antes no son suficientes debido a que se basan en un falacia de evidencia incompleta, es decir, que tienen en cuenta solo las pruebas que corroboran la hipótesis pero ignora las que podrían hacerles dudar de ella.

Muchos estudios empiezan con frases como 'Es una realidad científicamente confirmada que poseer una mascota tiene beneficios para la salud' pero en realidad existen estudios que apoyan estas ideas y muchos otros que no lo hacen.

Entonces, ¿por qué este empeño en creer que los animales pueden ayudarnos a mejorar? Alan Beck, director del Centro para la Conexión entre Humanos y Animales en la Universidad de Purdue, considera que se debe a la llamada hipótesis de la biofilia, que nos dice que los seres humanos han evolucionado con un instinto de afiliación a la naturaleza y al resto de seres vivos.

Debido a ello nuestra historia como especie está marcada por nuestras alianzas con otros seres vivos, como cuando empezados a domesticar perros o a cuidar de los gatos. La teoría implica que una mayoría tendemos a interpretar como beneficiosa la presencia en las cercanías de animales que consideramos no peligrosos, por lo que asumimos con facilidad que pueden beneficiar a quienes sufren de depresión o estrés, pues la presencia del animal es asociada con sensaciones agradables. No obstante, recordemos que la investigación aún no puede asegurar que estos efectos sean reales, si bien es cierto que en general parecen no causar ningún mal.

Por todo lo dicho, considero que los terapeutas deberían ser responsables y saber que este tipo de terapias no están realmente validadas de forma científica, al no poseer estudios sólidos que las respalden. Se intuye que benefician al paciente y por tanto no se puede desaconsejar su uso, pero sería peligroso usarlas como herramienta principal de un tratamiento de salud mental.

lunes, 12 de junio de 2017

Claves para ser asertivo

Vivimos en una sociedad que nos presiona día a día para que cumplamos unos objetivos, laborales, familiares y sociales, que no siempre podemos alcanzar. Por ello es normal que algunos a veces estallemos, liberando toda esa presión contra los que nos rodean. No obstante, no siempre van a tener ellos la culpa y probablemente luego nos arrepentiremos de haber arremetido contra ellos.


Este tipo de conducta se conoce como agresiva, lo cual no indica necesariamente que se produzca una agresión física, pudiendo ser esta también verbal o emocional. Estos comportamientos nos pueden surgir en las más diversas situaciones, por ejemplo cuando alguien se nos cuela en una cola, cuando nos hacen peticiones que consideramos injustas, o cuando en general nos sentimos maltratados por los demás. Pero también es cierto que en muchas de estas ocasiones nos callamos, nos guardamos la ira y aunque a veces lo parezca esta no desaparece, sino que se va acumulando hasta que finalmente explotamos ante una provocación que en realidad era menor que las anteriores.

Y es que todos tenemos un límite, y si no gestionamos estas emociones podemos acabar deteriorando nuestra relación con quienes nos rodean. Aparentemente, cuando la presión y la ansiedad nos invaden solo tenemos esas dos opciones, explotar o callarnos y sufrir, pero en realidad hay una tercera: decir lo que pensamos.

No son pocas las personas que aceptan situaciones que les resultan desagradables hasta llegar al límite, sintiendo que se les falta demasiado al respeto o no se les tiene en cuenta. Tras esto, el resentimiento que pueden sentir trae consecuencias emocionales negativas tanto a los demás como a uno mismo. En lugar de actuar agresiva o pasivamente tenemos una alternativa, la asertividad.

¿Qué es la asertividad?


Se trata de un tipo de comunicación que busca defender los derechos y opiniones propios, manteniendo la honestidad en nuestras interacciones, sin dejarnos caer en la agresividad o la pasividad, es decir respetando tanto a los demás como a nosotros mismos. En suma se trata de decir lo que uno piensa mediante un mensaje controlado y calculado, ni demasiado furioso ni débil.


Todos podemos ser asertivos, y es algo que se puede aprender y mejorar, aunque no es fácil pues no suele ser la respuesta automática de la mayoría. No obstante, si conseguimos aprender como comunicar esos sentimientos y automatizamos esta forma de comunicación, lograremos proteger nuestra autoestima y nuestras relaciones sociales a todos los niveles. En suma, conseguiremos ser más felices ya que nuestras relaciones serán más sinceras y, aunque lógicamente esto no equivale a lograr siempre lo que queramos, sí estaremos más satisfechos en general.

Así pues, con la asertividad demostramos nuestras necesidades, manteniendo nuestra dignidad, autoconfianza y respeto, pero además hay que tener en cuenta que la psicología social nos dice que la comunicación asertiva consigue sus objetivos más frecuentemente que los demás tipos de comunicación, ya que con ella mandamos una petición legítima que pide respeto pero también lo ofrece. Mediante la asertividad podemos conseguir varias cosas:
  • Opinar o hacer peticiones, sin exigir pero sin dejarnos avasallar por los demás.
  • Expresar nuestras emociones, sobre todo las negativas, que normalmente presentan más problemas al no saber gestionarlas adecuadamente. Evitaremos herir los sentimientos ajenos o generar conflictos, manteniendo nuestro punto de vista. Además nos servirá para hacer entender a los demás nuestra forma de ver un asunto, y luego favorecer que nuestros interlocutores hagan lo propio, aumentando la eficacia de la comunicación.
  • Preguntar y cuestionar, legitimando nuestras demandas y preguntas, sin negar las posibles razones y motivos ajenos.
  • Empezar, continuar o finalizar un tema de conversación de forma natural, sin faltar al respeto a nadie.
  • Resolver problemas sencillos del día a día sin crear un conflicto mayor del necesario, manteniendo la situación bajo control.

¿Por qué no soy asertivo?


Como he dicho al principio, la sociedad nos enseña y nos pide que seamos comedidos, pero lo hace de tal manera que nos impide cuestionar la autoridad (sea legítima o no), por lo que acabamos aprendiendo que debemos reprimir nuestras ideas y sentimientos. Cada persona es un mundo y algunos reaccionan a este ambiente intentando imponer siempre su forma de pensar, mientras que otros reprimen esas emociones e intentan complacer a los demás siempre que les es posible. Existen varias opciones intermedias pero la realidad es que muy poca gente aprender a ser asertiva de forma natural.

Además de esta educación que muchos recibimos, otro factor relevante puede ser la autoestima y confianza en uno mismo. Y es que cuando uno no es asertivo y reprime sus emociones se acaba sintiendo menos importante que los demás, aunque sea de forma subconsciente, y esto a su vez hace que nos comportemos de forma menos asertiva. Efectivamente, es como la pescadilla que se muerde la cola, un círculo vicioso.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que ciertas personas cuenta con desventaja a la hora de poder actuar asertivamente, debido al rol que desempeñan en la sociedad. Cuando trabajamos para otros y sobre todo si nuestra situación económica es precaria, tenderemos a actuar con cautela, evitando molestar a quienes tienen cierto control sobre nuestro empleo. Otro caso es el rol que se les ha atribuido tradicionalmente a las mujeres en nuestro sociedad, atribuyéndoles mediante estereotipos la sumisión al varón, la obediencia. En base a esto se les educaba en dicha creencia, de modo que ellas lo acababan interiorizando y condicionaba su forma de ser. La otra cara de la moneda la recibían los hombres, a quienes se les instruía para ser duros y fríos, propiciando en ellos una conducta agresiva, que no asertiva.

Por supuesto, no todo tiene que ver con la educación recibida, sino también con nuestra forma de ser. Sencillamente hay gente que es, de forma natural, más agresiva o pasiva que otros, pero eso no quiere decir que no puedan cambiar y mejorar su conducta, así como su forma de expresar los sentimientos.

No obstante, no solo existen factores que nos condicionan para no ser asertivos durante toda la vida, sino también situacionalmente, esto es, en ciertos momentos de nuestra vida. El estrés y la ansiedad, por ejemplo, nos debilitan emocionalmente, haciéndonos más vulnerables y volátiles, o aveces mucho más pasivos de lo que seríamos normalmente. Paradójicamente, estos comportamientos tienden a hacernos sentir más ansiosos y no menos, por lo que el problema se va agravando.

Si queremos ser más asertivos, debemos combatir todos estos factores y romper con el ciclo de sufrimiento emocional.

¿Cómo puedo ser más asertivo?


Al igual que existen varios factores que nos impiden actuar asertivamente, existen otros tantos que nos facilitarán esta tarea, empezando por cambiar nuestra forma de pensar. Un tipo de pensamiento que merece la pena modificar, por ejemplo, es cuando se nos pide un favor que consideramos fuera de lugar pero aun así olvidamos nuestros propios derechos para poder cumplirlo. Incluso si nos negamos puede que luego nos sintamos mal, pero debemos hacer valer nuestros derechos.

Cambiar nuestro razonamiento interno ayuda a controlar las emociones, y si estamos calmados actuaremos con más tranquilidad, nos expresaremos más claramente y tomaremos mejores decisiones. Se trata pues de expresar nuestros sentimientos, teniendo en cuenta la forma en que se hace para no herir a nadie. Así, frases y pensamientos como "No debería haberle dicho que no a ese favor" o "¿Quién se ha creído para pedirme eso? ¿él?" pueden cambiarse por "Tengo derecho a negarle eso si cuando yo lo he pedido esta persona no me lo ha concedido".

Podríamos pensar ¿expresar mis sentimientos? Deberían resultar ya evidentes. Pero la realidad es que aunque para nosotros lo sean, no siempre lo serán para los demás. Nadie puede saber exactamente que le pasa a los demás por la cabeza y darlo por asumido provoca muchas malentendidos. Hay que tener en cuenta pues, que la gente no tiene porque saber lo que nos molesta o lo que esperamos que hagan, así que el tan manido argumento de "ya sabes lo que quiero/pienso" en realidad no suele servir de nada. Así pues el segundo paso para mantener una conducta asertiva es asegurarnos de que hemos expresado nuestras ideas y necesidades claramente.

Ahora bien, hay que tener en cuenta que expresar nuestra forma de pensar no va a convencer automáticamente a los demás de que tenemos razón, o de que decimos la verdad. En todo caso nuestro objetivo debe ser otro, que nuestro interlocutor entienda nuestro punto de vista, dejar espacio para entender nosotros la opinión ajena y sobre todo que cada uno entienda en que se basa el otro.

Por supuesto, esas opiniones pueden resultar desagradables para la otra persona pero esto no debe ser óbice para decirlas. Además, aunque el punto de vista puede ser discutido hay una cosa que debes clarificar y que nadie te podrá negar, y esto es cómo te sientes al respecto de un asunto en concreto. Si te sientes triste o enfadado debes hacerlo saber y aunque tus razones pueden ser discutidas, no así el modo en que te hace sentir la situación. Eso sí, aunque hables de tus sentimientos no puedes dejar que estos dirijan la conversación. Expresa tu enfado, pero no hables gritando, expresa tu tristeza, pero no te dejes llevar por dicha emoción o probablemente acabarás diciendo o haciendo cosas de las que más adelante te arrepientas. Para evitar esto último puede ser útil marcarse unas metas antes de empezar el diálogo.

Aunque actúes asertivamente, un conflicto genera incomodidad, pero precisamente por esto hemos de asegurarnos de que este mal trago sirva de algo y no se quede solo en una disputa. Cuando mantenemos una discusión, al finalizar debe haberse mejorado la situación, haberse resuelto el conflicto, dejado claro los puntos de vista o logrado una meta. Aunque finalizar una discusión nos puede hacer sentir bien, no es una mejora a la situación previa y por tanto no debe ser un objetivo.

No se trata de alcanzar dichas metas a toda costa, pues hemos de escuchas las necesidades ajenas y adaptarnos, pero hay que dejar claro lo que queremos e intentar realmente lograrlo. Una buena forma de no perder el rumbo durante la conversación es plantearse a uno mismo que se quiere antes de abordar al otro. Por ejemplo, si sentimos que nuestra pareja no nos hace el caso que quisiéramos, podemos decírselo tal cual y empezar una discusión con un objetivo difuso, pero será más efectivo planteárnoslo antes y elegir si lo que queremos es que esté más tiempo con nosotros que con sus amistades, que cuando esté con nosotros nos presté más atención, o que hagamos juntos actividades que a ambos nos gustan pero a las cuales no les dedicamos suficiente tiempo. De esta forma, tendremos más claro qué queremos lograr y será más sencillo llegar a un acuerdo.

Sin embargo, no se trata solamente de tener una meta clara, sino también de saber transmitirla adecuadamente, pues de lo contrario para nuestro interlocutor no habría diferencia. Si tenemos claro lo que queremos, pero ante nuestro interlocutor solamente expresamos nuestro enfado, difícilmente logremos que esa persona entienda lo que queremos y nos lo conceda. Para comunicar al otro qué es lo que queremos, habremos de expresarnos con toda la claridad posible, siendo además lo más objetivos posibles respecto a la situación.

¡Ojo! Cuando digo ser objetivo me refiero a hablar dando más importancia a los hechos específicos que a nuestras valoraciones o juicios personales, pero eso no implica dejar de lado nuestros sentimientos. Cómo nos sentimos respecto a algo sigue siendo un hecho, sin embargo el motivo que nos ha hecho sentir así sí puede ser interpretado de varias formas según quién lo percibe. Esto se aplica también a las criticas que podamos verter sobre los demás, pues cuanto más objetivas sean más constructivas serán y más utilidad tendrán tanto para ti como para ellos. Por ejemplo, es más efectivo y útil decir "tu actitud me entristece, por ejemplo cuando me insultas" que "eres inaguantable". Expresamos lo que queremos sin ofender y dejando la puerta abierta al diálogo.


Como vemos, no se trata solamente de dejar claro lo que queremos, sino también de hacerlo diplomáticamente y añadiendo qué motiva esa petición. Esto último es especialmente importante ya que clarificar nuestras motivos le hará ver a nuestro interlocutor nuestro punto de vista, y aunque puede o no compartirlo, al menos sabrá que no se trata de un capricho o una rabieta. Además, cuando hablemos de nuestros puntos de vista y sentimientos, estaremos centrando la conversación en nosotros y no en el interlocutor. Hablar de uno mismo más que del otro ayuda a expresarnos sin que el otro se sienta atacado, pues sí percibe que le estamos acusando, aunque no sea nuestra intención, es probable que se pongan a la defensiva y bloqueen la comunicación. Siguiendo el ejemplo anterior y aunque pueda parecer que no hay mucha diferencia, en realidad es preferible decir "Últimamente me siento mal con el modo en que me hablas" en vez de "Desde hace un tiempo me estás tratando muy mal". El efecto de la primera frase es mucho más conciliador, aunque deja el mensaje igualmente claro.

Además, si te fijas verás que la primera frase deja más claras nuestras emociones, lo cual es otra ventaja, ya que como hemos dicho clarificar cómo se siente uno es vital para mostrarse asertivo, ya que nadie debería ser capaz de discutirte cómo te sientes en un momento dado, pues las emociones propias son de uno mismo y de nadie más. No obstante, los demás si pueden entender como nos sentimos una vez lo hayamos expuesto, ya que para eso existe la empatía. Todos estamos alguna vez tristes o enfadados y podemos reconocer dichas emociones cuando las vemos y compadecernos de quien las sufre.

Por otra parte, además de nuestros sentimientos es importante hacer ver a la otra persona las consecuencias negativas que consideremos que sus actos producen, a corto y a largo plazo. Aunque para nosotros sean evidentes, no siempre lo serán para los demás. Por tanto, es necesario desgranar esas consecuencias de forma que dicha explicación facilite que nuestro interlocutor comparta o al menos entienda nuestro punto de vista.

Un último aspecto que puede ayudarte a ser más asertivo, y que además suele ser el más ignorado, es el lenguaje corporal. La postura que adoptamos transmite un mensaje tan claro como lo que decimos hablando, así que mantener una postura que implique firmeza, no siendo excesivamente relajada ni agresiva, reafirmará la asertividad de nuestro mensaje. Por tanto, debemos evitar encogernos, manteniéndonos erguidos, calmados y sin mostrar nervios de ninguna clase.

Seguir todos estos consejos te ayudará a ser más asertivo y por tanto a afrontar tus conflictos con una mayor probabilidad de resolverlos. Alcanzaremos las metas que nos hemos impuesto o bien un punto intermedio que satisfaga a ambas partes, pero en todo caso lo que se debe pretender siempre es solucionar dichos conflictos. Para ello, recuerda aportar al diálogo posibles soluciones, ya que si solo emitimos quejas difícilmente lleguemos a alguna parte.

La verdad sea dicha, incluso conociendo cómo uno debe comportarse para obtener mejores resultados en sus relaciones, no siempre lo conseguiremos. Esto es debido en gran parte a que a veces nuestras emociones son tan intensas que es difícil no dejarse llevar por ellas, pero conocer cómo podemos actuar de forma asertiva y practicando este tipo de conducta siempre que podamos nos ayudará poco a poco a que nuestra forma de comunicar sea más eficiente. La práctica hace al maestro.

Practicando la asertividad


Como la mayoría de habilidades y competencias que podemos adquirir, la asertividad requiere practicarse para que sea algo natural en nuestra conducta y acabe por ser nuestro modo habitual de respuesta. Una buena forma de practicarla es empezar a usarla en situaciones con una conflictividad baja.

Me refiero a situaciones donde sucede algo que nos resulta desagradable pero que como nos ocurren cotidianamente no les damos importancia, y en las que además no tenemos una implicación emocional fuerte. Sería el caso, por ejemplo, de cuando en un restaurante tardan en servirnos, se olvidan o confunden con algún plato, o cuando alguien intenta colarse cuando estamos esperando nuestro turno en el supermercado o similar.


Si ya tienes suficiente confianza en ti mismo, quizás este paso no te sea necesario, pero si por el contrario te sientes inseguro ante situaciones de este estilo y/o las evitas siempre, empieza por aquí. Con ejemplos como el anterior, por ejemplo cuando el camarero nos trae un plato que no habíamos pedido, no dejes pasar la oportunidad de practicar y díselo. Si lo piensas, no hay ninguna razón para no hacerlo más allá de evitar el conflicto. Si nos decimos a nosotros mismos "en realidad me da igual" no deja de ser una excusa para no enfrentarnos.

Pero descuida, la asertividad no es solamente útil en las discusiones y enfrentamientos, sino también en situaciones más pacíficas. Tanto en las relaciones de pareja como dentro de un grupo de amigos, es habitual que alguien lleve la voz cantante y otros adopten actitudes más pasivas. Esto se traduce en que cuando hay que decidir que película se va a ver o a que restaurante entraremos, algunas personas (las menos asertivas) tiendan a responder "me da igual", llegando al punto que se acostumbran tanto a ello que no se dan cuenta de que en el fondo sí tenían una preferencia. En este tipo de situaciones también podemos practicar nuestra asertividad, analizando que opción preferimos y expresándolo, para luego argumentar el porqué si es necesario, sin tener esto que desembocar necesariamente en una discusión.

Tras esto, la idea es ir escalando la dificultad de las situaciones. Contextos algo más difíciles serían exigir que se cumplan nuestros derechos cuando en algún comercio o trámite burocrático creemos que no se nos trata como corresponde, o por ejemplo negarte a hacerle a alguien un favor cuando este no nos conviene, nos causa algún perjuicio o simplemente no queremos hacerlo por cualquier motivo (por ejemplo, considerar que dicha persona no merece tal confianza).

Puede darse el caso de que algunas personas se sientan contrariadas ante este cambio de actitud, pero has de recordar que si expresas tu opinión de forma asertiva (no agresiva), no estás siendo desconsiderado y depende de ellos entenderte. Si no deseas entrar en discusión, es mejor dejarlo claro en pocas palabras, sé directo y no hagas explicaciones dos veces si consideras que estas no son necesarias.

Finalmente pasaríamos a situaciones de carga emocional intensa, como discusiones con amigos o familiares. En estos momentos es cuando deberemos recurrir a todas las técnicas antes mencionadas, centrarnos en nuestro punto de vista y no tanto en las acciones ajenas, evita disculparte por expresar tus sentimientos y necesidades, pide las cosas con educación, controla tu lenguaje corporal, así como tu tono de voz, persiste si es necesario pero mantén la calma y no te dejes llevar por las emociones, sobre todo las negativas.

Cuando para ti la asertividad ya sea un hábito y actúes de este modo espontáneamente, empezarás a ver cambios. No siempre conseguirás lo que quieres, el mundo no funciona así, pero lograrás comunicarte mejor y eso te ayudará a alcanzar resultados más satisfactorios, a entender a los demás y a que los demás te entiendan mejor. Además, como dije al principio, tendrá un gran efecto en tu autoestima y confianza, por lo que independientemente de los resultados de cada actuación asertiva en concreto, en general siempre redundarán en un beneficio para ti, pues te otorgará un mayor control sobre tu vida.

lunes, 29 de mayo de 2017

Psicólogo deprimido

El título de esta entrada suena paradógico, pero a nosotros también nos sucede. Los psicólogos/as también podemos deprimirnos (y tener ansiedad, y estrés, y muchas más cosas) a pesar de nuestra formación. Siempre pongo el mismo ejemplo pero es que es muy gráfico "¿Acaso no se resfrían los médicos?"


La respuestas es evidente. A pesar de que los médicos tengan en teoría conocimientos que les preparan para tratar enfermedades, eso no les hace inmunes a ellas. Quizás puedan ser previsores, pero no pueden serlo siempre pues vivirían con miedo constante a caer enfermos, y además hay muchas patologías que pueden afectarte por mucho que te cuides.

A los psicólogos nos pasa exactamente lo mismo. Nuestra formación nos permite ser conocedores de diversas trastornos y afecciones mentales, de su origen, sus efectos y su tratamiento. No obstante, eso no nos convierte en máquinas sin sentimientos, y por eso nos vemos afectados por las malas rachas como todos los demás.

Eso sí, cuando esto sucede el psicólogo puede verse sobrepasado por esas sensaciones o bien saber capearlas. Esto segundo es por supuesto más difícil de decir que de hacer, pues superarlo requiere ver el problema objetivamente, saber abstraerse y actuar con objetividad. Precisamente, cuando alguien acude a nuestra consulta busca no solo nuestros conocimientos y preparación, sino también esa objetividad. Al poder ver el problema desde fuera podemos analizarlo y determinar que método de los disponibles es el más adecuado, que medidas son las más convenientes.

Racionalizar lo que nos ocurre es complicado, pero ¿no es justamente lo que les pedimos a los pacientes cuando llegan a consulta diciendo que el mundo parece estar en su contra? Si nos sentimos mal, tomémonos un momento de descanso, concentrémonos en lo que sentimos, en por qué, y en nuestras sensaciones físicas. Si nos abstraemos lo suficiente lograremos visualizarnos a nosotros mismos como un paciente más, y entonces veremos que camino debemos seguir. Luego, con la constancia y el  método, superaremos el bache.

Y si es necesario, recuerda que tienes amigos, familia y compañeros. Ellos estarán ahí igual que tu lo estás para ellos. Recuerda a todos los pacientes a los que has ayudado, y piensa que tú no vas a ser menos. Deprimido o estresado no estás en condiciones de cumplir tus obligaciones con los futuros pacientes, así que si hace falta tómate un descanso. Busca formas de desahogarte, habla con la gente, con otro especialista, escribe un blog. Mañana será otro día, uno mejor que el de hoy. Y el siguiente mejor aún.

viernes, 12 de mayo de 2017

¿Por qué nos comportamos así en las redes sociales?

Internet, Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, Smartphone. En cuestión de pocos años nuestro entorno ha cambiado mucho, así como nuestra forma de comunicarnos y entender el mundo. Lejos de aminorar, la velocidad a la que se suceden estos cambios es cada vez mayor y si alguno de nuestros antepasados pudiese viajar en el tiempo para visitarnos posiblemente no entendería la mitad de lo que decimos a pesar de compartir idioma.

Las nuevas tecnologías de la comunicación están cada vez más presentes en nuestras vidas y es que resulta difícil resistirse a la tentación que supone la promesa de poder acceder a toda esa información, conocer gente de todo el mundo, encontrar contenido audiovisual de cualquier tipo para verlo en el momento que queramos y un largo etcétera.

Sin embargo, el ser humano no deja de ser el resultado de millones de años de evolución y por tanto ni nuestra mente ni nuestra forma de relacionarnos está adaptada a las redes sin una preparación previa, preparación que además no recibe prácticamente nadie. Quizás sea por eso que cuando vemos ciertas conductas en Internet ni nos sorprendemos y muchas veces lo dejamos en un comentario del estilo de "es que es Internet, ¿qué esperabas?". Faltas de respeto, bromas excesivamente pesadas, insultos, acosos, abusos y mentiras, son algunas de estas conductas que podemos ver en las redes día a día y que si las viéramos en otro contexto no dudaríamos en pensar que su perpetrador es un antisocial, psicópata o sufre de alguna otra patología o circunstancia que lo convierte en un alguien con quien mejor ir con cuidado.

Y es que sin razón aparente, la gente en Internet parece más dada a estos comportamientos. Digo aparentemente porque por supuesto existen razones, siendo una de las más importantes la gratificación que supone que te hagan caso. Los seres humanos somos sociales por naturaleza lo que significa que normalmente queremos ser aceptados por el grupo, y por este motivo es que aprendemos a respetar las normas sociales. Pero de golpe nos vemos inmersos en un mundo virtual en el cual nadie nos ha enseñado a desenvolvernos y cada enlace compartido o me gusta puede llegar a sentirse como una confirmación de pertenencia al grupo, de que ahí fuera hay alguien que nos escucha aunque no tengamos nada que decir.


Si juntamos lo anterior con la cantidad de información y material digital que se nos presenta cada día y teniendo en cuenta que disponemos de un tiempo limitado, no son pocos los individuos que apenas leen los enlaces y se contentan con ojearlos o leer el titular. Eso sí, tras esa lectura transversal, si creen que parece interesante compartirán el enlace, ya que así sus conocidos virtuales les darán el preciado "me gusta". El problema resulta evidente, y es que en Internet hay mucho lector que comparte pero poco generador de contenido (en comparación), por lo que todo se acaba convirtiendo en un torbellino de enlaces interesantes que nadie se para a leer, pues lo más importante es sentir que los demás me hacen caso, y no tanto hacerles caso a ellos siempre y cuando crean que sí los atiendo. Y mejor no hablar de los artículos, imágenes y vídeos directamente robados con tal de obtener visitas con el mínimo esfuerzo.

Lo anterior no es un decir o una suposición, ya que la Universidad de California presentó hace un tiempo un estudio en que se registró la actividad cerebral de adolescentes mientras estos publicaban fotos en las redes. Los resultados muestran una mayor activación cuantos más "me gusta" recibían, de una forma similar a cuando un sujeto consume sustancias o ejecuta conductas que producen adicción. Por decirlo de otro modo, las redes sociales parecen activar nuestros instintos sociales más primarios y es por ello que no poca la gente compite, aun sin darse cuenta, por recibir más atención que los demás. Por supuesto, si nosotros somos conscientes de este fenómeno es natural pensar que los diseñadores de dichas redes también lo tienen presente cuando crean la interfaz.

Por supuesto que se puede argumentar que el uso de las redes sociales no es tan dañino como el consumo de drogas o las adicciones conductuales (por ejemplo los juegos de azar o el sexo) pero eso no quiere decir que no entrañen sus propios peligros. Un efecto negativo bastante conocido del uso abusivo de estas redes que si buscamos apoyos y compañía en ellas, aunque recibamos mensajes de decenas de personas, en general estos no dejan tanto impacto en nosotros como lo haría una conversación con una persona más cercana, por lo que quienes se acostumbren a depender de esos contactos virtuales pueden acabar por aislarse de su entorno real.

A lo anterior hay que añadir otro aspecto nocivo, y es que aunque sus beneficios son escasos, es fácil acostumbrarse a recibir esos preciados "likes", pero como toda aquella persona activa en las redes sabrá, no es tan fácil conseguirlos a diario. Es muy complicado generar contenido continuamente y para colmo de males los usuarios tienden a compararse, conscientemente o no, con los principales referentes de de cada sector, por ejemplo algún youtuber famoso de esos que reciben miles de visitas por día. Por ello, cuando dejamos de recibir los "me gusta" o las visitas, cuando no obtenemos esa recompensa vacía pero inmediata, nos podemos sentir tan mal como cuando nos sentimos rechazados en un contexto más real. Esto además se agrava cuando esperamos que algún familiar o amigo cercano nos dé ese feedback virtual pero esto no sucede, normalmente porque cada cual le da una importancia distinta a las redes, pudiendo esta situación generar resentimientos contra esa persona.


Y a pesar de lo dicho, si hoy en día no eres un asiduo de Facebook, Twitter y demás, se te califica rápidamente como el raro del grupo. Internet es concebida como una herramienta informativa y social, y por ello formar parte de las redes favorece la autopercepción de formar parte de una comunidad, que además parece tener la ventaja de no estar restringida por fronteras o la distancia. Si bien el sentimiento de pertenencia es muy positivo y puede sacar a veces a relucir lo mejor del ser humano, también es la causa de que algunos usuarios parecen coleccionar contactos más que hacer amigos.

No son pocos los que en su red cuentan con varios cientos de "amigos" de todo el mundo, pero resulta que la ciencia nos dice que es literalmente imposible conocer y mantener tantas amistades y esto nos lo explica el llamado Número de Dunbar, el cual habla acerca de que los humanos tenemos un límite de hasta 150 personas a las que podemos conocer bien al mismo tiempo. Esta cifra, que no deja de ser una aproximación, ha demostrado ser bastante efectiva en el estudio de las relaciones humanas. Por ejemplo, en general hay muy pocas personas que conozcan más de 150 individuos y que mantengan una relación más o menos permanente con todos ellas, sean del trabajo, amistades o relaciones de cualquier otros tipo.

Esto es debido sencillamente a que nuestra mente no es capaz de manejar tantos datos a la vez, ya que conocer a una persona mínimamente implica entender quién es, sus gustos, manías, forma de comunicarse, peculiaridades... somos una suma de todas esas y aún más características y por ello percibir a la persona como un todo, como un conjunto, es una tarea compleja que consume recursos mentales. Simplemente, no estamos capacitados para manejar tantas relaciones simultáneas.

Pero claro, Facebook no sabe esto, o quizás no le importe, ni tampoco su usuario medio que tiene alrededor de 100 amistades virtuales. Recuerdo en mis años de universidad haber usado habitualmente dicha red y tener una colección de amistades colosal, de las cuales la mayoría no sabía ni de donde habían sabido ni tan solo como pronunciar sus nombres. Cuando tras años sin usar la red, volví a ella por temas laborales, hice una limpieza masiva de contactos. Y es que convertir a un desconocido de internet en tu "amigo" no requiere más que un click, muy al contrario que en el mundo analógico donde el esfuerzo es mucho mayor, si bien también más satisfactorio.

Dicho así, podría parecer que el usuario medio se dedica a captar miembros para su círculo personal simplemente por motivos egoístas como lo es la satisfacción personal momentánea, amigos de usar y tirar por así decirlo. Si bien esto es cierto, solo lo es parcialmente y hay que matizar, pues no es raro que dichos usuarios acepten solicitudes de amistad por el mero hecho de que se lo pidieron, ya que rechazar dicha petición se nos puede antojar un tanto maleducado. Y es que al ser las redes un invento relativamente reciente, muchas veces las normas sociales aplicables no estén claras y nos las vamos inventando un poco sobre la marcha.

Por ejemplo, escribir en mayúsculas en la red equivale a HABLAR GRITANDO.
Mi consejo a este respecto es claro, hay que limitar los contactos a las auténticas amistades o conocidos reales, a aquellas personas que tengamos interés en conocer realmente, o bien a individuos que queramos seguir por motivos laborales si se trata de un perfil creado con dicha finalidad. No hay nada de malo en hacer amigos por Internet, siempre y cuando creemos una amistad real. No vale de nada añadir contactos a los que no hacemos absolutamente ningún caso y por los que no tenemos ningún interés, ya que con ello contribuimos a crear un entorno de falsa sociedad virtual.

Lógicamente, habrá quién se pregunte porqué tomo las relaciones online con tanta cautela y para ello tendré que hablar sobre la tendencia del ser humano a centrarse en uno mismo. Lo siguiente son, por supuesto, generalidades que no pueden ser aplicadas a todos los casos y es que es cierto también que de Internet han salido algunas de las mejores relaciones y auténticas historias de amor, pero aun así hay que tener en cuenta que la mayoría de las veces es complicado crear una buena relación en base al diálogo virtual.

Y esto último es en gran parte debido a que es mucho más difícil percibir correctamente las emociones ajenas en un texto que en persona. En una conversación el tono, las expresiones faciales y el resto del lenguaje corporal son vitales, pues forman parte de nuestro repertorio comunicativo. Al carecer de todo ello, las conversaciones digitales escritas son una fuente inagotable de malentendidos. Esto que aquí explico sucede más cuanto menos se conoce a la persona, por lo que cuando hablamos con un conocido por Whatsapp nos sucederá de cuando en cuando, mientras que en conversaciones con gente con la que hemos tratado poco nos puede pasar con mucha más frecuencia. Quizás es por ello que siempre que se crea una relación digital duradera, tarde o temprano se siente la necesidad de ver a la otra persona, aunque sea mediante la webcam.

Pero un momento, ¿no hablaba yo antes de la tendencia humana a centrarse en uno mismo? ¿qué relación tiene todo eso con lo falta de tono en los textos? La respuesta es sencilla y preocupante a la vez, y es que la combinación de ambos elementos hace que generalmente creamos que nos expresamos de modo que nuestro interlocutor debería ser capaz de entendernos. Eso sí, si somos nosotros los que no entendemos lo que se nos dice nuestro primer pensamiento es que el otro no se supo explicar, lo cual por cierto contradice notablemente las leyes de la comunicación más elementales. Dichas leyes nos dicen que en caso de malentendido el responsable es el emisor del mensaje, quién tiene la obligación en su propio interés de comprobar que el receptor entendió lo que se le decía.

Por supuesto, cabe argumentar que ante la ausencia de lenguaje corporal o tono uno se debería centrar más en las palabras en sí mismas, pero resulta que nuestra forma de procesar la información no está preparada para ello y lo que en realidad sucede es que ante un texto neutral somos proclives a percibirlo como negativo. El resultado por ahora es que tenemos una comunidad virtual aparentemente unida pero desconfiada, pero mejor continuemos pues toca añadir al cóctel virtual el efecto de la viralidad.

Un mensaje, vídeo, imagen o cualquier otro contenido digital es considerado viral cuando se extiende rápidamente por todo internet al captar el interés de la comunidad digital y propagarse al ser compartido masivamente.  Una de las formas en que esto sucede es cuando dicho elemento funciona bien como detonante de nuestras emociones. Echemos un ojo a varios contenidos que se volvieron virales el año pasado:
  • Esta imagen, del fotógrafo Joel Goodman, cautivó a propios y a extraños por lo que muestra. La policía detiene a un hombre ebrio, mientras otro está relajadamente tumbado y los curiosos se acercan a caminar. Desató un debate respecto a si el consumo de alcohol por diversión está demasiado aceptado en nuestra sociedad:

  • Pokémon se volvió a convertir en obsesión tras el lanzamiento de Pokémon Go. Miles de personas salieron a las calles para cazar a los monstruos digitales, lo cual desató otro debate respecto a si el juego suponía un peligro para sus jugadores (véase accidentes, atracos, adicciones e irrumpir en propiedades privadas entre otras cosas).

  • La muerte de Harambe el gorila dejó su huella en la comunidad, donde se discutía si su sacrificio estaba justificado o no. Además se le rindió homenaje al estilo de internet, creando cientos de memes basados en él.

No es complicado darse cuenta de que estos tres y la práctica totalidad de los fenómenos virales que podamos encontrar tienen algo en común, y es la activación emocional. Para que algo capte así la atención debe afectar a nuestras emociones, pudiendo ser estas positivas o negativas, y en algunos casos incluso una mezcla de ambas. Puede causar alegría, tristeza, o asco entre otros, pero si además el sentimiento predominante es la ira o enfado, el usuario medio tiende a necesitar expresarla y hacer llegar lo que la provocó a más gente. Si bien se puede entender que de esta forma se pretende hacer que la comunidad tome consciencia de lo que se considera un problema o injusticia al que hay que poner solución, no es menos cierto que dicha expresión de la ira nos hace sentir comprendidos cuando otros se posicionan a favor de nuestra causa. Seguramente es por esto que a veces Internet parece más una turba enfurecida que una auténtica comunidad.

De hecho, se publicó un estudio que indicaba que es el enfado el estado emocional que se propaga más rápido en Internet y aunque hay aún que determinar porqué esto sucede así, me inclino a pensar que en parte es debido a que las relaciones digitales son en realidad asimétricas. Cuando montamos en cólera estando delante de una pantalla, no hay normalmente alguien a nuestro lado para calmarnos, pero si queremos sentir validada nuestra ira encontraremos con facilidad compañeros de enfado.

El problema aquí resulta sencillo. Si empezamos a sentirnos más comprendidos por la masa que es Internet que por nuestros amigos y familia, nos sentiremos más comprendidos en el entorno virtual y tendremos la sensación de siempre tener la razón al siempre poder encontrar apoyo, pero esto acarrea dos problemas. El primero, que aunque nos sentiremos más comprendidos no tendremos a nadie que nos calme y por tanto podemos entrar en un estado de enfado casi permanente, con consecuencias psicológicas, emocionales e incluso fisiológicas. El segundo es que poco a poco podemos acabar sin darnos cuenta aislados de nuestras amistades reales, lo cual es aún más preocupante si tenemos en cuenta que estos dos problemas pueden combinarse y agravarse mutuamente.

Todo lo dicho es una somera explicación de porqué las relaciones sociales son tan distintas fuera y dentro de las redes, pero todavía queda por decir algo. En foros, YouTube, Twitter en incluso Facebook, la gente no está obligada a usar su nombre real, lo que les confiere cierta aura de anonimato.

El ser humano es un ser social por una razón, y es que sin normas sociales que tener en cuenta, si se nos permite hacer lo que nos venga en gana, resulta que acabamos por perder la mesura, dejamos de pensar en las consecuencias. Resulta que los diversos estudios sobre el tema indican que cuando los usuarios escriben con un seudónimo sus opiniones son mucho más extremas y sus formas más agresivas que cuando lo hacen con su nombre real.

No obstante, al lector que recibe el mensaje este le afecta tanto si es anónimo como si no, pudiendo influirle, molestarle o deprimirle entre otros. Si ahora mismo, querido lector, estás pensando que los comentarios que lees en Internet no te afectan demasiado, debo informarte que en general nos afectan más de lo que nos damos cuenta. Para hacernos una idea, en la Universidad de Wisconsin-Madison se creó un blog mediante el cual se estudió como cada comentario escrito por los participantes afectaba la opinión de los que los leían después, llegando a cambiar su interpretación del texto original y cómo se sentían al respecto. Y cómo antes hemos dicho, era la ira el sentimiento que más les afectaba, pues cuanto más agresivo e insultante era el comentario más parecía influir en sus lectores, bien decantándolos a su favor bien posicionándolos en el bando totalmente contrario, pero afectándoles al fin y al cabo. A esto hay que añadir que muchos usuarios tienden a leer el titular y los comentarios, dejando a la intuición el cuerpo del texto. Y ya que las palabras soeces y los mensajes en mayúsculas captan más la atención, no es de extrañar que los comentarios iracundos sean los que más condicionan al lector.

Si bien es un problema, no es uno que tenga una solución sencilla, y desde luego no quiero insinuar que debamos censurar o controlar las expresión de la gente en Internet, pues siempre he sido firme defensor de la libertad de expresión. Quizás el remedio sea uno a largo plazo, como empezar a educar a nuestros niños y niñas de modo que entiendan que en las redes sociales siguen siendo ellos mismos, y que deben comportarse teniendo en cuenta los sentimientos y opiniones ajenos tal y como lo deberían hacer en sus relaciones mundanas.

Fuentes:
El cerebro adolescente en las redes sociales.
El número de Dunbar
No creas a Facebook, no tienes más de 150 amigos.
La dificultad para percibir las emociones en los textos online.
El libro definitivo del lenguaje corporal.
Los memes y vídeos más virales de 2016.
Repaso a los accidentes y curiosidades de Pokémon Go
La muerte de Harambe
¿Por qué murió Harambe?
La ira se extiende más rápido que la alegría en las redes
Quejarse en internet nos hace sentir mejor
Psicología de los comentarios online
La victoria de los Trolls
El efecto obsceno.


martes, 25 de abril de 2017

La importancia de motivar a los niños y niñas

Me resulta cuanto menos curioso que la mayor parte de las consultas que recibo son respecto a menores y no adultos. En tiempos de crisis o necesidad, la gente está dispuesta a sacrificar su salud psicológica y emocional, pero me tranquiliza saber que este sacrificio no incluye la salud de sus hijos e hijas.

Muchas de esas consultas tienen que ver con problemas relacionados con que el menor manifiesta angustia, ansiedad, dificultades de aprendizaje, miedos inapropiados o conductas conflictivas. Aunque el tratamiento es distinto para cada uno de estos problemas, es interesante ver como existe un factor común que muchas veces hemos ido descuidando y ha agravado el problema. Hablo de la motivación.


Y es que en la actualidad los más pequeños se enfrentan, aunque a veces se nos olvide, a un mundo que ejerce sobre ellos una tremenda presión. Se espera de ellos que obtengan buenas notas (poseyendo el término "buenas" un significado distinto en cada familia), que realicen sus actividades extraescolares, que se comporten adecuadamente, que elijan bien sus amistades y que las mantengan. Cuando flojean en alguno de estos aspectos, muchas veces no encuentran la compresión que deberían y en su lugar reciben quejas por parte de sus padres y profesores, reprimendas, o consejos bien intencionados que en todo caso no les hacen sentirse comprendidos y que en cambio les hace percibir que están fracasando. Por eso quizás es que tantos niños y niñas acaban resintiéndose y presentan una baja autoestima, pensamientos negativos y finalmente falta de motivación en una o varias áreas de su vida.

No es casualidad que diversos estudios relacionen que los niños que reciben apoyo emocional y motivacional adecuado desarrollan su capacidad para combatir los sentimientos pesimistas, y no solo eso, sino que este apoyo incluso parece facilitar el aprendizaje en general. Por supuesto, este estilo educativo podría ser un buen remedio para la lacra que es el acoso escolar o bullying, pues en muchas ocasiones los agresores tienen problemas de autoestima y buscan como víctimas otros a los que perciben como más débiles, por lo que aumentar la confianza en sí mismos disminuiría el riesgo de convertirse en acosador, además de aumentar los recursos que se poseen para evitar convertirse en víctima.

Tanto si queremos evitar la aparición de problemas como si lo que buscamos es que estos remitan, en una terapia psicológica dirigida a menores buscaremos estabilizar su entorno, ayudarles a que definan sus metas, organizar su trabajo y ocio, clarificar prioridades y repartir el tiempo disponible entre ellas, todo ello a fin de que logren sentirse competentes y recobre la confianza en sí mismos. Por supuesto también será conveniente, cuando no necesario, trabajar con los padres o cuidadores para ofrecerles unas pautas que puedan ayudar al menor y mejorar la relación entre ellos.

Lógicamente, deberemos enseñarle al menor estrategias concretas que le permitan expresarse y actuar de forma asertiva, buscando siempre que logre los objetivos que se marque mediante la incorporación de hábitos realmente productivos, pero además será muy importante animarle y saber distinguir cuando es conveniente ayudarle y cuando en cambio hay que hacerle ver que está capacitado para realizar la tarea en cuestión.

Pero no podemos hacerle sentir competente sin antes conocerle, por lo que será muy importante descubrir sus talentos, habilidades y gustos, así como aquellas conductas y actitudes que están limitando las cualidades del menor, todo ello para que desarrolle su potencial al máximo posible. Como vemos, esta parte de la terapia tiene mucho que ver con lo que actualmente se llama Coaching psicológico.


Con esta forma de proceder en mente lograremos, no solo resolver el problema concreto que afectaba al menor, sino proporcionarle estrategias para entender su entorno y a sí mismo, y por tanto poder afrontar también futuros problemas más eficientemente. Además, si logramos que el niño gane autonomía y confianza, también aprenderá indirectamente a disfrutar más de sus éxitos y en general estará más satisfecho con sí mismo.

A pesar de lo dicho habrá quién se plantee si realmente es tan determinante la motivación. Lo cierto es que desde que nacemos, e incluso un poco antes, empezados un viaje de descubrimiento en el que inconscientemente vamos añadiendo creencias a nuestra forma de pensar en base a nuestra experiencias directas e indirectas. Por ello, en nuestra personalidad futura influye familia, ambiente escolar, amistades, las organizaciones a las que nos vamos uniendo e incluso la sociedad en conjunto. Las ideas que conforman nuestro modo de pensar no solo incluyen la forma en que funciona el mundo, sino también la forma en que nos percibimos a nosotros mismos. Llamamos a esto autopercepción, y conforma la opinión que tenemos de nuestra persona, que puede ser más o menos realista, así como positiva o negativa.

Puesto que al llegar a la edad adulta nuestra personalidad ya ha sido formada, es antes de llegar a este punto cuando la persona se ve más influida. Esto no quiere decir que un adulto no pueda cambiar su forma de ser, pero en general le resultará bastante más difícil en comparación a un menor, al cual no olvidemos se está educando.


Viéndolo así es más fácil entender cómo es que síntomas emocionales, como pueden serlo la ansiedad o el miedo, se transmiten fácilmente de padres a hijos, pero por supuesto existen ciertas pautas que nos pueden ayudar a evitar socavar la autoestima del menor y en cambio conseguir que se sienta mejor consigo mismo:
  • Respeta a las figuras importantes para el menor: Si consideras que su profesor, el otro progenitor u otra persona importante en su vida se puede haber equivocado al hacer o decir algo ante el menor, evita criticarlo abiertamente. Es mejor explicarle nuestro punto de vista y las razones que tenemos para pensar así, pero sin desprestigiar al otro. Si por ejemplo un alumno empieza a creer que no puede confiar en las enseñanzas de sus profesores, estaremos propiciando que no les atienda ni se esfuerce en clase.
  • Establecer unas normas y disciplinas claras: Buscamos ser coherentes para ofrecer al menor un ambiente estable. No hace falta ser intransigente, pero es importante que el niño entienda que existen unos límites que todos debemos respetar, y que ciertas acciones se premian mientra que otras deben ser evitadas.
  • Conocer al menor: Tendremos en cuenta sus capacidades y posibilidades para no exigirle metas que no pueda lograr por el momento. Le ayudaremos cuando sea necesario, y le dejaremos actuar por su cuenta cuando esto sea posible.
  • Aceptar al niño: Relacionado con lo anterior, deberemos entender las capacidades del menor en cuestión, sus gustos y sus puntos fuertes, así como débiles. No se le puede exigir a todo el mundo los mismos resultados en todas las áreas, por lo que para lo anterior es necesario no comparar al niño con los demás.
  • Ayudarle a superar sus dificultades: Como ya he dicho, a cada uno se nos dan mejor algunas tareas que otras, y los niños y niñas no son una excepción. Cuando detectemos dificultades en algún área de aprendizaje deberíamos utilizar las actividades que más le gustan para que desarrolle las habilidades implicadas en esa dificultad que sufre. Así, sí logramos que se sienta más confiado al realizar ejercicios del área problemática mejoraremos su autoestima, con la consecuente disminución de ansiedad y miedos.
  • Crear un ambiente de cariño y confianza: Posiblemente sea un consejo demasiado generalista, pero resulta vital que el ambiente familiar sea agradable y que el menor se sienta apoyado. De esta forma cuando cometa un error le podremos ayudar o reconfortarle, mientras que cuando logre un éxito lo celebraremos juntos. Cuando aprendemos a disfrutar de nuestros logros, tendemos a esforzarnos espontáneamente para repetir la experiencia y por el camino desarrollamos nuestros talentos. Nuestra actitud positiva será importante incluso con las más pequeñas victorias, pues el niño debe sentir que su esfuerzo es valorado y no que cada vez se le exige más y más.
  • Dejarle su espacio: Aunque sigamos todos estos consejos los niños son personas, no máquinas. Esto implica que a veces se enfadarán, estarán tristes o simplemente no querrán colaborar o hacer sus tareas. Deberemos aprender cuando podemos afrontar el problema y cuando es mejorar darles un rato para que se calmen. Si logramos estar ambos relajados, conversar con un tono adecuado y explicar las veces que haga falta las cosas, a la larga obtendremos mejores resultados.
Los anteriores consejos serán de utilidad general para la mayoría, pero tendremos que adaptar la forma en que educamos a nuestros hijos a cada caso concreto. Si encontramos dificultades o nos vemos sobrepasados por la situación, lo mejor será buscar ayuda de un especialista en el área en que detectamos problemas (psicólogo, pedagogo, educador, etc) para que nos aconseje y nos facilite pautas que se adapten a nosotros.


viernes, 24 de marzo de 2017

Hablemos sobre la asexualidad

Hoy querría hablar de la asexualidad y de su auténtica naturaleza, sobre la cual los especialistas llevan años debatiendo. Una persona asexual es aquella que no siente impulso o necesidad sexual y por tanto tiende a no presentar conductas sexuales, aunque sí puede realizarlas por diversos motivos como complacer a su pareja o tener hijos. Por tanto es muy diferente de la abstinencia o el celibato, ya que estos se basan en una creencia y elecciones personales mientras que ser asexual implica falta de deseo.

La asexualidad ha sido considerada un trastorno mental, una disfunción sexual e incluso una parafilia. No todas las interpretaciones son claro está, tan sombrías, ya que también se la ha definido como una orientación sexual. No obstante, sabemos relativamente poco sobre la asexualidad ya que ha sido ignorada por la investigación durante años, considerándola poco más que una rareza, aunque por suerte cada vez recibe más atención en este sentido.


Vayamos por partes. ¿Es un trastorno mental? Esta es fácil de responder, ya que claramente no lo es. Según los datos que se han ido recopilando y según la definición actual de trastorno mental no respondería a esta definición, no siendo ni un trastorno ni un síntoma psicológico o psiquiátrico. Tengamos en cuenta que un trastorno mental se define como un patrón de comportamiento y/o pensamiento que posee significación clínica, es decir que produce malestar de algún tipo en la persona, le perjudica de alguna forma limitando alguna de sus capacidades, o que aumenta significativamente su riesgo de morir o dañar su salud.

Dado que la asexualidad no produce de forma directa ningún perjuicio en el individuo ni en quienes le rodean, y que simplemente define una forma particular de sentir su sexualidad (o en este caso, la ausencia de ella), no podría ser considerada un trastorno. Ahora bien, se podría argumentar que ser asexual sí produce en la persona en cuestión ciertos perjuicios, ya que por ejemplo puede sentirse desplazado en la sociedad, poco comprendido, no sentirse capaz de corresponder a sus parejas sentimentales, etc. Por eso es que vale la pena señalar que a pesar de lo dicho ciertos estudios sí han encontrado una relación entre la asexualidad y  la aparición de síntomas psicológicos, sobre todo en el área afectiva y emocional. Aquí el problema no residiría tanto en la persona sino en la concepción que la sociedad tiene de estos individuos, a los que se estigmatiza y se les juzga, muchas veces ignorando la forma en que se sienten y asumiendo que reprimen sus deseos sexuales por algún trauma, por hacerse los interesantes, o por cualquier otro motivo.

Fuente de la imágen: Jeffrey

Frases que los asexuales escuchan demasiadas son "será que no has encontrado una persona que te guste" o "eso no es normal, te debe pasar algo malo". En suma, podemos afirmar que los asexuales como grupo suelen tener que soportar una mayor presión psicológica, así que es natural que sufran de mayor sintomatología a este respecto, además de sufrirla durante más tiempo debido a la falta de apoyo y aceptación social, y no por estar mentalmente enfermos.

Segunda pregunta, ¿es una disfunción sexual? Una vez más, conviene recordar la definición de este término. Entendemos por disfunción sexual la dificultad permanente o temporal que sufre un individuo durante una o varias de las etapas del acto sexual, y que le impide disfrutar de dicha actividad de forma normal. Sin embargo la investigación nos indica que la capacidad para desarrollar la actividad sexual no está afectada en estas personas, y que simplemente no sufren al no tener relaciones pues no están refrenando sus impulsos. Por ello no podemos considerar que tengan un problema en sus relaciones sexuales, simplemente no necesitan esas relaciones.

Revisemos pues si se trata quizás de una parafilia. Una parafilia es un tipo de comportamiento sexual en que predomina como fuente de placer un elemento concreto, que puede ser un objeto, situación, actividad, característica de las parejas, parte del cuerpo o cualquier otro que pueda repetirse y buscarse activamente para excitarse. Bien, este caso debería ser aún más claro que los anteriores y la respuesta a si la asexualidad es una parafilia será que... ¿a veces? Si esperabais un rotundo no, siento decepcionaros, pues la evidencia experimental indica en este caso que algunos, que no todos, de los individuos que se identifican como asexuales pueden en realidad sentir un interés sexual muy concreto.

La investigación científica al respecto nos dice que algunos de estos autodenominados asexuales manifiestan conductas masturbatorias y fantasías sexuales. Eso sí, dichas fantasías son bastante distintas de las de los individuos que presentan conductas sexuales más típicas. Por ejemplo, estos "asexuales" parecen tender menos a imaginarse a ellos mismos como partícipes de dichas fantasías, mientras que fantasean más a menudo con personajes ficticios, sintiendo pues mayor desconexión entre la fantasía y la realidad.

Sin embargo, hay que matizar, pues lo anterior no se aplicaría a la mayoría de los sujetos que se califican de asexuales, sino tan solo a un pequeño subgrupo de los mismos. Este pequeño grupo debería ser investigado en profundidad para que podamos entenderlo mejor, y es que como vemos aunque cada día sabemos más de la sexualidad humana aún nos queda mucho por descubrir.

Finalmente, ¿se trata la asexualidad de una orientación sexual? Ahora sí hablaríamos de los auténticos asexuales, aquellos que no sienten ningún impulso sexual. Definimos la orientación sexual de una persona como su tendencia sexual hacia un determinado grupo de personas en base normalmente al sexo de este grupo. Hablaríamos aquí, entre otras, de heterosexualiad, homosexualidad y bisexualidad, así que, ¿donde quedaría la asexualidad?

El problema es que estamos ante una definición cambiante, que se va ampliando o modificando según la investigación nos ofrece nuevos datos, por lo que efectivamente algunos expertos consideran la asexualidad como una orientación muy particular, mientras que otros la definen como la ausencia de orientación. Quizás llegados a este punto estemos simplemente jugando con la semántica, pero la verdad es que sabemos muy poco de la asexualidad, debido a que como antes dije se le ha venido prestando escasa atención en la investigación hasta la fecha.


Por suerte esto empieza a cambiar y por ejemplo ahora sabemos que factores biológicos similares a los de la homosexualidad pueden estar relacionados también con la asexualidad, por lo que esta podría ser una característica del individuo determinada al nacer. Aunque queda investigar más, corroborar los resultados y esclarecer su significado, lo que sí sabemos seguro que la asexualidad aparece en la persona a una edad similar a la que debería aparecer la orientación normalmente, pudiendo resultar complicada de asimilar para el sujeto si este carece de información al respecto, como lamentablemente pasa a menudo. Por ello me gustaría aclarar algunas creencias erróneas que se suelen tener respecto a la asexualidad:

  • Se trata de una fase: No, no se trata de una persona cuya sexualidad tarda en madurar más, sino de alguien que ha definido su orientación sexual como inexistente debido a su falta de deseo.
  • Es producto de un trauma, como haber sufrido abusos en la infancia: No, los traumas producidos por abusos sexuales como mucho producen en la persona un rechazo a la sexualidad, temor o asco, mientras que los asexuales simplemente no sienten atracción ni impulso sexual.
  • Se debe a la represión sexual: Tampoco. La represión tendría por consecuencia la abstinencia o el celibato, pero la asexualidad es la inexistencia del impulso sexual, lo cual no puede ser controlado por el individuo de ninguna forma.
  • Una mala experiencia en pareja puede convertirte en asexual: Negativo, la asexualidad tiene su origen en una edad temprana, como el resto de orientaciones sexuales. Una mala relación nos podría hacer desconfiados respecto a futuras parejas o hacia los demás en general, afectando quizás a nuestra sexualidad pero se trataría de dos conceptos muy distintos.
  • Es un intento por captar la atención de los demás o sentirse especial: Aunque es de suponer que podría darse el caso, en general las personas que son verdaderamente asexuales tan solo necesitan que se les comprenda y no se les tache de excéntricos de enfermos. Uno no elige ser asexual, lo es sin más, y no se debería hacer un problema de ello.
  • Es un trastorno mental, una disfunción sexual o una filia: Negativo en los tres casos, con los matices ya comentados antes.
  • La asexualidad se debe a que la persona es homosexual y no lo acepta: Una vez más, esto es un mito. La asexualidad existe y si la confundimos con otros términos y conceptos es precisamente ha que ha sido olvidad e ignorada por la sociedad durante mucho, demasiado, tiempo. Un homosexual que se reprima sentirá impulso, mientras que el asexual no necesita reprimir nada. El primero sufrirá al tener que contenerse, el segundo no tiene nada que contener.

Otro aspecto que sería interesante estudiar en cuanto a la sexualidad se refiere es si poseen fluidez sexual en el mismo sentido que aquellos con impulsos sexuales típicos. Entendemos por fluidez sexual los cambios que una persona puede experimentar en su orientación sexual o en sus preferencias a lo largo de la vida. Hay que tener muy en cuenta que las etiquetas usadas normalmente cuando hablamos de sexología, como heterosexual o homosexual responden a un sentido práctico y tienen por fin poder hablar de estos temas de una forma clara, pero la realidad es que un individuo puede poseer una orientación que no acabe de encajar con esas etiquetas (aunque van surgiendo cada vez más para denominar todo tipo de formas de sentir y vivir la sexualidad de cada uno) y aquí es donde entra la fluidez sexual.

Por ejemplo, un individuo que siempre se ha considerado heterosexual y presentaba conductas coherentes con esa definición podría en cierto momento realizar una conducta homosexual y no por ello sentirse a partir de ese momento homosexual. Sin embargo, es posible que a partir de ese momento tampoco se considere heterosexual de la misma forma en que lo venía entendiendo hasta ese momento, ni bisexual pues en general sí se sigue sintiendo atraído mayormente por individuos del sexo opuesto.

Como vemos, es un tema complejo y si aplicamos este concepto a la asexualidad obtenemos otras categorías como la grisexualidad, término que define a quienes se encuentran entre la asexualidad y la sexualidad (o alosexualidad), como pueden ser las personas que en general no sienten atracción pero en ocasiones muy contadas sí la sienten. Queda mucho por hablar y que decir, así que volveré más adelante con este tema y otros relacionados.

Fuentes:
Diario de una asexual
http://www.lehmiller.com/blog/2016/9/7/is-asexuality-a-sexual-orientation?platform=hootsuite
https://link.springer.com/article/10.1007/s10508-016-0802-7
http://www.lehmiller.com/blog/2015/1/31/do-asexual-people-masturbate-and-have-sexual-fantasies
http://www.lehmiller.com/blog/2014/5/23/sex-question-friday-where-does-asexuality-come-from
http://www.lehmiller.com/blog/2014/2/24/women-arent-the-only-ones-who-are-sexually-fluidmen-have-a-pretty-flexible-sexuality-too
https://es.wikipedia.org/wiki/Gris-asexualidad
https://www.facebook.com/AcesUnited?fref=ts
http://es.asexuality.org/wiki/index.php?title=Las_personas_(asexuales)_y_el_sexo
http://es.asexuality.org/wiki/index.php?title=Hiposexual
http://diariosdeasexualidad.blogspot.com.es