sábado, 17 de diciembre de 2016

TDAH: Combatiendo la impulsividad

Cuando un niño o niña sufre Déficit de Atención con Hiperactividad o TDAH sufre diversos síntomas, que podemos clasificar en inatención, hiperactividad e impulsividad. Hoy nos centraremos en la impulsividad y cómo controlarla.

Un menor que sea inusualmente impulsivo puede manifestar esta característica de muchas formas. Por ejemplo, podría comportarse de forma poco apropiada, ponerse en peligro al realizar conductas arriesgadas sin pensar en las consecuencias, o bien podría agredir a sus compañeros ante la mínima provocación, por poner algunos ejemplos. La forma de expresar este síntoma dependerá de cada individuo y sus características personales y ambientales.

Uno de los comportamientos impulsivos más común es la rabieta o berrinche. Todos los niños pueden sentirse abrumados en algún momento por sus emociones y expresarlas de este modo, pero en el caso de aquellos que padecen TDAH pueden darse más frecuentemente, ya que en general les resulta más difícil postergar sus deseos y necesidades. Es de esperar que a medida que crezcan aprenderán a calmarse y expresar de una manera más adecuada sus emociones, pero hasta ese momento conviene tener claro que podemos hacer para ayudarles.

Además de dificultades para aplazar los deseos que ya hemos mencionado, hay que tener en cuenta que también se ven más afectados por la estimulación externa. De la misma forma que un sonido o movimiento les distrae más que a la mayoría, una gran cantidad de ruido les puede provocar mayor malestar que a los demás. Es por ello que pueden perder la compostura en situaciones que les causen ansiedad o miedo.

Así pues ¿qué hacer cuando nuestro hijo sufre un berrinche? Cierto es que se trata de una situación compleja, y podemos encontrar desde padres que consienten al niño para que deje de llorar a otros que se enfadan lo castigan. Aunque no hay una solución mágica que valga para todos los niños y niñas, sí existen algunas estrategias que vale la pena tener en cuenta:

Buscar el desencadenante

Si hay una cosa segura es que cada vez que un niño sufre una rabieta es que hay un motivo. Esto no quiere decir que ese motivo sea siempre lógico o razonable, pero debe existir un desencadenante aunque a veces no lo podamos identificar a primera vista. Encontrar este origen o fuente es siempre el primer paso para poder cambiar la conducta.

Lo primero que habremos de saber es si el niño tiene alguna necesidad aunque no la haya expresado, pues puede sufrir alguna sin siquiera llegar a ser consciente de ello. Quizás esté hambriento o cansado. Si este no es el caso, también es probable que sienta alguna emoción especialmente intensa por otro motivo. Una vez identificamos el origen, para lo cual a veces necesitaremos conocer realmente bien al menor, podremos intentar ponerle solución.

Además, de esta forma ampliaremos nuestro conocimiento respecto al niño en cuestión, y lógicamente, si aprendemos que ciertos ambientes o situaciones lo estimulan demasiado, de ahí en adelante ya sabemos que deberíamos evitarlos.

Dejar claras las consecuencias

Como norma general, conviene hablar con el niño acerca de las consecuencias negativas que se derivan de ciertos comportamientos como la rabieta. La idea no es amenazar, sino dejar claro que si se realiza la conducta, nos disgustaremos y sucederá alguna cosa, como puede ser que no le dejaremos ver la televisión, siendo la diferencia el tono que empleemos el cual ha de ser pausado y tranquilo. A este respecto, si aplicamos un castigo es mejor cuando este tiene relación con la conducta. Si la rabieta tiene su origen en que quería un videojuego nuevo pero por el motivo que sea no se lo vamos a comprar, podríamos dejarle claro que si insiste y tiene un berrinche no podrá jugar a la consola esa tarde.

Claro está, esta estrategia no va a funcionar siempre pero resulta muy interesante pues permite planificar lo que puede o no suceder y si somos consecuentes el niño aprende que conductas y cuales no toleramos y como le afectan cuando las realiza.

Distraerlo

Si un niño se ha disgustado mucho por algún motivo, y siempre y cuando ese motivo no tenga gran importancia realmente, podemos intentar distraerlo hablándole de un tema no relacionado, a ser posible de uno que le entusiasme. Este truco es especialmente útil cuando tratamos con niños y niñas pequeños.

Tiempo muerto

El tiempo muerto o Time Out es una técnica que suele ser empleado cuando todo lo demás falla. Se trata de una versión adaptada del clásico "a tu habitación". Mandaremos al menor a un lugar apartado, una sala de la que le indicaremos que puede salir cuando se calme. En esta habitación no debería tener acceso a elementos que le puedan entretener como juguetes o la televisión, ya que la idea es que se concentre en lo que siente e intente verdaderamente tranquilizarse. No obstante, sí es útil que allí tenga acceso a objetos que le ayuden en este propósito como puede ser un peluche o libro que sabemos que lo relaja.

Cuando usemos el tiempo muerto, cronometraremos el tiempo que el niño pasa en la habitación, el cual en general debe ser corto, pues recordemos que buscamos que se tranquilice, no castigarlo. Pasado un tiempo prudencial podemos comprobar como se encuentra y hablar el tema con calma, y desde luego jamás lo dejaremos encerrado o aislado.

Hablar

Nuestra mejor baza será siempre el diálogo. Es muy importante emplear un tono tranquilo y que no haga entender al niño que estamos enfadados o molestos. Buscamos con la conversación conocer sus sentimientos y si creemos que puede ser útil, que el niño entienda los nuestros. El entendimiento mutuo es vital en la resolución de conflictos.

Cuando sepamos lo que siente el menor, se lo haremos saber explícitamente: "Te has disgustado porque no te he comprado ese juguete y ahora estás triste ¿verdad?" Cuando no lo sepamos le animaremos a que nos lo cuente y luego dejaremos claro que entendemos cómo se siente, e iniciaremos una conversación respecto a la importancia de lo sucedido y por qué queremos entenderlo.



Es importante dejar claro en estas conversaciones que nuestro objetivo es que no se repita la situación, siendo esto normalmente un punto que tendremos en común con el niño, pues hay que tener en cuenta que las rabietas también son episodios desagradables para él.

Preparar la transición

A quienes padecen TDAH les cuesta más adaptarse a cambios de situación, por lo que puede darse la rabieta cuando toca marcharse de un lugar que les gusta o dejar de lado una actividad divertida para empezar otra que disfrutan menos como hacer los deberes o cenar.

Para hacer estos cambios más llevaderos son importantes los recordatorios. Me refiero a recordarle al niño que dentro de determinado espacio de tiempo tendrá que dejar lo que está haciendo y empezar la otra actividad: "Te quedan quince minutos de juego y luego toca hacer los deberes" o "En cinco minutos vamos a cenar". Como medida adicional podemos advertir de las consecuencias si no se cumple el horario programado, por ejemplo restar tiempo a la próxima sesión de juego.

Ignorarle

Ignorar al niño puede ser a veces lo más acertado, pero hay que saber cuando es esto lo más idóneo. Hay que tener en cuenta que el berrinche viene a ser un reclamo de atención, pues el menor busca que le hagamos caso. Si el principal motivo tras este comportamiento es que le prestemos esa atención aunque luego no aceptemos sus demandas, en realidad el niño ha conseguido lo que quería y estaremos reforzando este tipo de conductas.

Para evitar dicho refuerzo, le negaremos el "premio" en forma de atención y lo dejaremos estar. Lo más probable es que tarde o temprano se de cuenta de que no va a conseguir lo que buscaba y se tranquilice. Cuando los berrinches ocurran muy a menudo, esta estrategia nos será muy útil.

Felicitarle

Centrarse solo en lo negativo no nos lleva a ninguna parte, por lo que es muy importante que le hagamos entender al niño cuando está haciendo las cosas bien. No basta con asumir que si nos ven tranquilos y hablándoles amablemente sabrán que aprobamos su comportamiento, sino que hay que decírselo siempre que podamos y sea cierto, para que sepan que tienen nuestro apoyo y que no solo nos damos cuenta de sus faltas y errores, sino también de sus virtudes y logros.

Nunca usar castigos físicos

No está de más recordarlo. Los niños (y los adultos en realidad) responden mejor al refuerzo positivo que al castigo, esto es, aprendemos mejor con los premios que no con las consecuencias negativas. Aquí hablamos de premio no solo en un sentido material, sino también cuando aplaudimos sus logros como antes comentaba.

Aun así no siempre podemos evitar enfadarnos cuando el niño o niña se comporta mal. No son pocos los padres que agarrarán al pequeño y lo golpearán, pero esto solo agrava la situación, pues además de dañarlo lo alteraremos todavía más, y no solo a él pues también aumentaremos nuestra propia tensión.

Hay que reconocer que este tipo de castigo puede servir para detener el comportamiento, pero lo más probable es que solo se logre temporalmente y el problema vuelva con todavía más fuerza. Eso sí, el resultado más probable es que el comportamiento se intensifique y además se aprenden nuevos patrones negativos, pues le enseñamos al niño que en ciertas ocasiones la violencia está justificada. Por eso, recomiendo encarecidamente que si usamos castigos estos sean de otro tipo, como prohibirles acciones o retirarles objetos temporalmente.



En conclusión, no hay una panacea que sirva para acabar fácilmente con este tipo de comportamientos, pero aunque pueda parecer difícil, mantener la calma, entender el problema y tener claro que estrategias aplicar en cada momento, nos ayudará en esta tarea.

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