viernes, 12 de mayo de 2017

¿Por qué nos comportamos así en las redes sociales?

Internet, Facebook, Twitter, Youtube, Instagram, Smartphone. En cuestión de pocos años nuestro entorno ha cambiado mucho, así como nuestra forma de comunicarnos y entender el mundo. Lejos de aminorar, la velocidad a la que se suceden estos cambios es cada vez mayor y si alguno de nuestros antepasados pudiese viajar en el tiempo para visitarnos posiblemente no entendería la mitad de lo que decimos a pesar de compartir idioma.

Las nuevas tecnologías de la comunicación están cada vez más presentes en nuestras vidas y es que resulta difícil resistirse a la tentación que supone la promesa de poder acceder a toda esa información, conocer gente de todo el mundo, encontrar contenido audiovisual de cualquier tipo para verlo en el momento que queramos y un largo etcétera.

Sin embargo, el ser humano no deja de ser el resultado de millones de años de evolución y por tanto ni nuestra mente ni nuestra forma de relacionarnos está adaptada a las redes sin una preparación previa, preparación que además no recibe prácticamente nadie. Quizás sea por eso que cuando vemos ciertas conductas en Internet ni nos sorprendemos y muchas veces lo dejamos en un comentario del estilo de "es que es Internet, ¿qué esperabas?". Faltas de respeto, bromas excesivamente pesadas, insultos, acosos, abusos y mentiras, son algunas de estas conductas que podemos ver en las redes día a día y que si las viéramos en otro contexto no dudaríamos en pensar que su perpetrador es un antisocial, psicópata o sufre de alguna otra patología o circunstancia que lo convierte en un alguien con quien mejor ir con cuidado.

Y es que sin razón aparente, la gente en Internet parece más dada a estos comportamientos. Digo aparentemente porque por supuesto existen razones, siendo una de las más importantes la gratificación que supone que te hagan caso. Los seres humanos somos sociales por naturaleza lo que significa que normalmente queremos ser aceptados por el grupo, y por este motivo es que aprendemos a respetar las normas sociales. Pero de golpe nos vemos inmersos en un mundo virtual en el cual nadie nos ha enseñado a desenvolvernos y cada enlace compartido o me gusta puede llegar a sentirse como una confirmación de pertenencia al grupo, de que ahí fuera hay alguien que nos escucha aunque no tengamos nada que decir.


Si juntamos lo anterior con la cantidad de información y material digital que se nos presenta cada día y teniendo en cuenta que disponemos de un tiempo limitado, no son pocos los individuos que apenas leen los enlaces y se contentan con ojearlos o leer el titular. Eso sí, tras esa lectura transversal, si creen que parece interesante compartirán el enlace, ya que así sus conocidos virtuales les darán el preciado "me gusta". El problema resulta evidente, y es que en Internet hay mucho lector que comparte pero poco generador de contenido (en comparación), por lo que todo se acaba convirtiendo en un torbellino de enlaces interesantes que nadie se para a leer, pues lo más importante es sentir que los demás me hacen caso, y no tanto hacerles caso a ellos siempre y cuando crean que sí los atiendo. Y mejor no hablar de los artículos, imágenes y vídeos directamente robados con tal de obtener visitas con el mínimo esfuerzo.

Lo anterior no es un decir o una suposición, ya que la Universidad de California presentó hace un tiempo un estudio en que se registró la actividad cerebral de adolescentes mientras estos publicaban fotos en las redes. Los resultados muestran una mayor activación cuantos más "me gusta" recibían, de una forma similar a cuando un sujeto consume sustancias o ejecuta conductas que producen adicción. Por decirlo de otro modo, las redes sociales parecen activar nuestros instintos sociales más primarios y es por ello que no poca la gente compite, aun sin darse cuenta, por recibir más atención que los demás. Por supuesto, si nosotros somos conscientes de este fenómeno es natural pensar que los diseñadores de dichas redes también lo tienen presente cuando crean la interfaz.

Por supuesto que se puede argumentar que el uso de las redes sociales no es tan dañino como el consumo de drogas o las adicciones conductuales (por ejemplo los juegos de azar o el sexo) pero eso no quiere decir que no entrañen sus propios peligros. Un efecto negativo bastante conocido del uso abusivo de estas redes que si buscamos apoyos y compañía en ellas, aunque recibamos mensajes de decenas de personas, en general estos no dejan tanto impacto en nosotros como lo haría una conversación con una persona más cercana, por lo que quienes se acostumbren a depender de esos contactos virtuales pueden acabar por aislarse de su entorno real.

A lo anterior hay que añadir otro aspecto nocivo, y es que aunque sus beneficios son escasos, es fácil acostumbrarse a recibir esos preciados "likes", pero como toda aquella persona activa en las redes sabrá, no es tan fácil conseguirlos a diario. Es muy complicado generar contenido continuamente y para colmo de males los usuarios tienden a compararse, conscientemente o no, con los principales referentes de de cada sector, por ejemplo algún youtuber famoso de esos que reciben miles de visitas por día. Por ello, cuando dejamos de recibir los "me gusta" o las visitas, cuando no obtenemos esa recompensa vacía pero inmediata, nos podemos sentir tan mal como cuando nos sentimos rechazados en un contexto más real. Esto además se agrava cuando esperamos que algún familiar o amigo cercano nos dé ese feedback virtual pero esto no sucede, normalmente porque cada cual le da una importancia distinta a las redes, pudiendo esta situación generar resentimientos contra esa persona.


Y a pesar de lo dicho, si hoy en día no eres un asiduo de Facebook, Twitter y demás, se te califica rápidamente como el raro del grupo. Internet es concebida como una herramienta informativa y social, y por ello formar parte de las redes favorece la autopercepción de formar parte de una comunidad, que además parece tener la ventaja de no estar restringida por fronteras o la distancia. Si bien el sentimiento de pertenencia es muy positivo y puede sacar a veces a relucir lo mejor del ser humano, también es la causa de que algunos usuarios parecen coleccionar contactos más que hacer amigos.

No son pocos los que en su red cuentan con varios cientos de "amigos" de todo el mundo, pero resulta que la ciencia nos dice que es literalmente imposible conocer y mantener tantas amistades y esto nos lo explica el llamado Número de Dunbar, el cual habla acerca de que los humanos tenemos un límite de hasta 150 personas a las que podemos conocer bien al mismo tiempo. Esta cifra, que no deja de ser una aproximación, ha demostrado ser bastante efectiva en el estudio de las relaciones humanas. Por ejemplo, en general hay muy pocas personas que conozcan más de 150 individuos y que mantengan una relación más o menos permanente con todos ellas, sean del trabajo, amistades o relaciones de cualquier otros tipo.

Esto es debido sencillamente a que nuestra mente no es capaz de manejar tantos datos a la vez, ya que conocer a una persona mínimamente implica entender quién es, sus gustos, manías, forma de comunicarse, peculiaridades... somos una suma de todas esas y aún más características y por ello percibir a la persona como un todo, como un conjunto, es una tarea compleja que consume recursos mentales. Simplemente, no estamos capacitados para manejar tantas relaciones simultáneas.

Pero claro, Facebook no sabe esto, o quizás no le importe, ni tampoco su usuario medio que tiene alrededor de 100 amistades virtuales. Recuerdo en mis años de universidad haber usado habitualmente dicha red y tener una colección de amistades colosal, de las cuales la mayoría no sabía ni de donde habían sabido ni tan solo como pronunciar sus nombres. Cuando tras años sin usar la red, volví a ella por temas laborales, hice una limpieza masiva de contactos. Y es que convertir a un desconocido de internet en tu "amigo" no requiere más que un click, muy al contrario que en el mundo analógico donde el esfuerzo es mucho mayor, si bien también más satisfactorio.

Dicho así, podría parecer que el usuario medio se dedica a captar miembros para su círculo personal simplemente por motivos egoístas como lo es la satisfacción personal momentánea, amigos de usar y tirar por así decirlo. Si bien esto es cierto, solo lo es parcialmente y hay que matizar, pues no es raro que dichos usuarios acepten solicitudes de amistad por el mero hecho de que se lo pidieron, ya que rechazar dicha petición se nos puede antojar un tanto maleducado. Y es que al ser las redes un invento relativamente reciente, muchas veces las normas sociales aplicables no estén claras y nos las vamos inventando un poco sobre la marcha.

Por ejemplo, escribir en mayúsculas en la red equivale a HABLAR GRITANDO.
Mi consejo a este respecto es claro, hay que limitar los contactos a las auténticas amistades o conocidos reales, a aquellas personas que tengamos interés en conocer realmente, o bien a individuos que queramos seguir por motivos laborales si se trata de un perfil creado con dicha finalidad. No hay nada de malo en hacer amigos por Internet, siempre y cuando creemos una amistad real. No vale de nada añadir contactos a los que no hacemos absolutamente ningún caso y por los que no tenemos ningún interés, ya que con ello contribuimos a crear un entorno de falsa sociedad virtual.

Lógicamente, habrá quién se pregunte porqué tomo las relaciones online con tanta cautela y para ello tendré que hablar sobre la tendencia del ser humano a centrarse en uno mismo. Lo siguiente son, por supuesto, generalidades que no pueden ser aplicadas a todos los casos y es que es cierto también que de Internet han salido algunas de las mejores relaciones y auténticas historias de amor, pero aun así hay que tener en cuenta que la mayoría de las veces es complicado crear una buena relación en base al diálogo virtual.

Y esto último es en gran parte debido a que es mucho más difícil percibir correctamente las emociones ajenas en un texto que en persona. En una conversación el tono, las expresiones faciales y el resto del lenguaje corporal son vitales, pues forman parte de nuestro repertorio comunicativo. Al carecer de todo ello, las conversaciones digitales escritas son una fuente inagotable de malentendidos. Esto que aquí explico sucede más cuanto menos se conoce a la persona, por lo que cuando hablamos con un conocido por Whatsapp nos sucederá de cuando en cuando, mientras que en conversaciones con gente con la que hemos tratado poco nos puede pasar con mucha más frecuencia. Quizás es por ello que siempre que se crea una relación digital duradera, tarde o temprano se siente la necesidad de ver a la otra persona, aunque sea mediante la webcam.

Pero un momento, ¿no hablaba yo antes de la tendencia humana a centrarse en uno mismo? ¿qué relación tiene todo eso con lo falta de tono en los textos? La respuesta es sencilla y preocupante a la vez, y es que la combinación de ambos elementos hace que generalmente creamos que nos expresamos de modo que nuestro interlocutor debería ser capaz de entendernos. Eso sí, si somos nosotros los que no entendemos lo que se nos dice nuestro primer pensamiento es que el otro no se supo explicar, lo cual por cierto contradice notablemente las leyes de la comunicación más elementales. Dichas leyes nos dicen que en caso de malentendido el responsable es el emisor del mensaje, quién tiene la obligación en su propio interés de comprobar que el receptor entendió lo que se le decía.

Por supuesto, cabe argumentar que ante la ausencia de lenguaje corporal o tono uno se debería centrar más en las palabras en sí mismas, pero resulta que nuestra forma de procesar la información no está preparada para ello y lo que en realidad sucede es que ante un texto neutral somos proclives a percibirlo como negativo. El resultado por ahora es que tenemos una comunidad virtual aparentemente unida pero desconfiada, pero mejor continuemos pues toca añadir al cóctel virtual el efecto de la viralidad.

Un mensaje, vídeo, imagen o cualquier otro contenido digital es considerado viral cuando se extiende rápidamente por todo internet al captar el interés de la comunidad digital y propagarse al ser compartido masivamente.  Una de las formas en que esto sucede es cuando dicho elemento funciona bien como detonante de nuestras emociones. Echemos un ojo a varios contenidos que se volvieron virales el año pasado:
  • Esta imagen, del fotógrafo Joel Goodman, cautivó a propios y a extraños por lo que muestra. La policía detiene a un hombre ebrio, mientras otro está relajadamente tumbado y los curiosos se acercan a caminar. Desató un debate respecto a si el consumo de alcohol por diversión está demasiado aceptado en nuestra sociedad:

  • Pokémon se volvió a convertir en obsesión tras el lanzamiento de Pokémon Go. Miles de personas salieron a las calles para cazar a los monstruos digitales, lo cual desató otro debate respecto a si el juego suponía un peligro para sus jugadores (véase accidentes, atracos, adicciones e irrumpir en propiedades privadas entre otras cosas).

  • La muerte de Harambe el gorila dejó su huella en la comunidad, donde se discutía si su sacrificio estaba justificado o no. Además se le rindió homenaje al estilo de internet, creando cientos de memes basados en él.

No es complicado darse cuenta de que estos tres y la práctica totalidad de los fenómenos virales que podamos encontrar tienen algo en común, y es la activación emocional. Para que algo capte así la atención debe afectar a nuestras emociones, pudiendo ser estas positivas o negativas, y en algunos casos incluso una mezcla de ambas. Puede causar alegría, tristeza, o asco entre otros, pero si además el sentimiento predominante es la ira o enfado, el usuario medio tiende a necesitar expresarla y hacer llegar lo que la provocó a más gente. Si bien se puede entender que de esta forma se pretende hacer que la comunidad tome consciencia de lo que se considera un problema o injusticia al que hay que poner solución, no es menos cierto que dicha expresión de la ira nos hace sentir comprendidos cuando otros se posicionan a favor de nuestra causa. Seguramente es por esto que a veces Internet parece más una turba enfurecida que una auténtica comunidad.

De hecho, se publicó un estudio que indicaba que es el enfado el estado emocional que se propaga más rápido en Internet y aunque hay aún que determinar porqué esto sucede así, me inclino a pensar que en parte es debido a que las relaciones digitales son en realidad asimétricas. Cuando montamos en cólera estando delante de una pantalla, no hay normalmente alguien a nuestro lado para calmarnos, pero si queremos sentir validada nuestra ira encontraremos con facilidad compañeros de enfado.

El problema aquí resulta sencillo. Si empezamos a sentirnos más comprendidos por la masa que es Internet que por nuestros amigos y familia, nos sentiremos más comprendidos en el entorno virtual y tendremos la sensación de siempre tener la razón al siempre poder encontrar apoyo, pero esto acarrea dos problemas. El primero, que aunque nos sentiremos más comprendidos no tendremos a nadie que nos calme y por tanto podemos entrar en un estado de enfado casi permanente, con consecuencias psicológicas, emocionales e incluso fisiológicas. El segundo es que poco a poco podemos acabar sin darnos cuenta aislados de nuestras amistades reales, lo cual es aún más preocupante si tenemos en cuenta que estos dos problemas pueden combinarse y agravarse mutuamente.

Todo lo dicho es una somera explicación de porqué las relaciones sociales son tan distintas fuera y dentro de las redes, pero todavía queda por decir algo. En foros, YouTube, Twitter en incluso Facebook, la gente no está obligada a usar su nombre real, lo que les confiere cierta aura de anonimato.

El ser humano es un ser social por una razón, y es que sin normas sociales que tener en cuenta, si se nos permite hacer lo que nos venga en gana, resulta que acabamos por perder la mesura, dejamos de pensar en las consecuencias. Resulta que los diversos estudios sobre el tema indican que cuando los usuarios escriben con un seudónimo sus opiniones son mucho más extremas y sus formas más agresivas que cuando lo hacen con su nombre real.

No obstante, al lector que recibe el mensaje este le afecta tanto si es anónimo como si no, pudiendo influirle, molestarle o deprimirle entre otros. Si ahora mismo, querido lector, estás pensando que los comentarios que lees en Internet no te afectan demasiado, debo informarte que en general nos afectan más de lo que nos damos cuenta. Para hacernos una idea, en la Universidad de Wisconsin-Madison se creó un blog mediante el cual se estudió como cada comentario escrito por los participantes afectaba la opinión de los que los leían después, llegando a cambiar su interpretación del texto original y cómo se sentían al respecto. Y cómo antes hemos dicho, era la ira el sentimiento que más les afectaba, pues cuanto más agresivo e insultante era el comentario más parecía influir en sus lectores, bien decantándolos a su favor bien posicionándolos en el bando totalmente contrario, pero afectándoles al fin y al cabo. A esto hay que añadir que muchos usuarios tienden a leer el titular y los comentarios, dejando a la intuición el cuerpo del texto. Y ya que las palabras soeces y los mensajes en mayúsculas captan más la atención, no es de extrañar que los comentarios iracundos sean los que más condicionan al lector.

Si bien es un problema, no es uno que tenga una solución sencilla, y desde luego no quiero insinuar que debamos censurar o controlar las expresión de la gente en Internet, pues siempre he sido firme defensor de la libertad de expresión. Quizás el remedio sea uno a largo plazo, como empezar a educar a nuestros niños y niñas de modo que entiendan que en las redes sociales siguen siendo ellos mismos, y que deben comportarse teniendo en cuenta los sentimientos y opiniones ajenos tal y como lo deberían hacer en sus relaciones mundanas.

Fuentes:
El cerebro adolescente en las redes sociales.
El número de Dunbar
No creas a Facebook, no tienes más de 150 amigos.
La dificultad para percibir las emociones en los textos online.
El libro definitivo del lenguaje corporal.
Los memes y vídeos más virales de 2016.
Repaso a los accidentes y curiosidades de Pokémon Go
La muerte de Harambe
¿Por qué murió Harambe?
La ira se extiende más rápido que la alegría en las redes
Quejarse en internet nos hace sentir mejor
Psicología de los comentarios online
La victoria de los Trolls
El efecto obsceno.


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