El hecho es que nuestros rostros son muy diferentes entre sí cuando los comparamos con los de otras especies. Una creencia común es la de pensar que nosotros no vemos las diferencias en los rostros de los animales debido a que no son de nuestra especie y que ellos a su vez no verán las diferencias en nuestros rostros. La realidad es que la mayoría de especies animales usan otros indicadores físicos para distinguirse como pueden ser el pelaje, el olor corporal, el color de las plumas, etc. El ser humano en cambio ha evolucionado hasta confiar mayormente en los rasgos faciales como indicador de la identidad.
Esta diversidad es el resultado de años de presión evolutiva y responde a la necesidad de nuestra sociedad en la que cada uno de nosotros entra en contacto con muchos individuos cada día y por tanto necesitamos un método rápido y eficaz para distinguir a cada uno. Aunque este método no es único, sí es el más prominente al ser el ser humano una especie cuyo sentido principal es la vista.
Estas son las conclusiones a las que llegó hace un par de años un equipo de investigadores de la Universidad de California, que comparó los rasgos faciales y corporales de humanos, su forma y diseño, en contraste con los de otras especies animales.
Además de lo dicho, también encontraron que los rasgos de la cara varían mucho más en nuestra especie que el resto de rasgos corporales no únicos, como la longitud de las extremidades. Esta variabilidad no solo se da de una zona a otra, sino que incluso dentro de una misma población existe también una gran diversidad, lo que indicaría que efectivamente esta característica de nuestra especie sirve a un propósito diferenciador.
Curiosamente, existen otras especies que usan sistemas de identificación similares, y aunque la mayoría pertenecen al orden de los primates, no son los únicos. Otras especies serían por ejemplo algunos tipos de avispa, aunque por supuesto no se da una variabilidad tan intensa como en nuestro caso.
No obstante y a pesar de todo lo dicho, este no es el único método que usamos para identificar al resto, ya que por ejemplo lo complementamos con otros rasgos como la altura, la voz o incluso la forma de moverse. Sin embargo a todos nos ha pasado aquello de ver de espaldas a alguien conocido y resultar que se trataba de una persona totalmente distinta. Por ello se consideran los rasgos faciales como nuestra principal herramienta de identificación.
El estudio llega todavía más lejos y llega a comparar el genoma del humano actual con el de neandertales y homínidos de Denisova, concluyendo que existe la posibilidad de que este tipo de variaciones faciales preceda a la aparición de los humanos modernos.
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