En la vida todo va bien, hasta que de repente algo sucede, algo grande, importante y que influye negativamente en nuestra percepción del mundo. Uno de estos sucesos es cuando nos diagnostican a nosotros o a alguien cercano una enfermedad o dolencia que pone en grave peligro su vida.
Y es que pasa más de lo que creemos. Un día vamos al médico para consultar acerca de algún síntoma poco usual que hemos detectado pero que en todo caso no parece gran cosa y salimos de la consulta con la cara pálida por la impresión. Señoras y señores, esto es la vida, me temo.
Lógicamente, nuestros primeros pensamientos pueden ser bastante fatalistas, sobre todo si nos ha pillado por sorpresa. Seguramente teníamos proyectos a largo plazo, íbamos a irnos de vacaciones, pedirle a nuestra pareja que se casase con nosotros, escribir un libro, tener hijos, y mil cosas más. Pero total, prisa no había, tenemos toda la vida por delante, ¿no?
El problema con la vida es que uno nunca sabe hasta donde llega, pero tendemos a siempre a ser optimistas pues de lo contrario no tendríamos motivos para salir de la cama cada mañana. Por eso, cuando nos llega una noticia como la anterior, tendemos a deprimirnos, pues toda nuestra vida, nuestros planes y proyectos, acaban de sufrir un duro revés.
Pero claro, aquí no estamos para deprimirnos, y me gustaría haceros reflexionar sobre este tema. Respecto a lo anterior se me ocurren dos posibilidades, siendo la primera que nos diagnostiquen una dolencia incurable, a la que solamente podemos ponerle paliativos pues la ciencia no ha conseguido todavía encontrar una cura o remedio eficaz. Bien, ante ello podemos rendirnos, y seguramente esta sea nuestra reacción en ciertos momentos, pero si adoptamos esta postura estaremos desperdiciando nuestro tiempo. Tengamos en cuenta que ese tiempo es precisamente lo más valioso que tenemos en nuestra vida, y malgastarlo centrándonos en nuestra miseria no nos reportará absolutamente nada. En cambio, si aprovechamos cada segundo que tengamos para realizar aquellos objetivos que teníamos marcados, disfrutar de nuestros seres queridos, y en definitiva vivir la vida, entonces sí estaremos aprovechándola.
La otra posibilidad es que seamos diagnosticados con una enfermedad de carácter incierto, por tipo, gravedad o posibilidades de mejora. En este caso, el ser humano tenderá a comportarse como un animal acosado por un depredador y nos pondremos en lo peor, querremos huir del peligro, estar a salvo de nuevo. Pero claro, no podemos recuperar dicha seguridad pues no hay un enemigo del que huir, al estar este dentro de nosotros.
El pensamiento a aplicar aquí es el mismo que he descrito anteriormente. Si dejamos que el miedo nos paralice tendremos un verdadero problema, pues si hacemos de la enfermedad el centro de nuestra vida estaremos dejando que la dolencia nos defina, cuando en realidad seguimos siendo la misma persona que antes, solo ha cambiado nuestra situación.
En este segundo caso, si no disponemos de un diagnóstico claro por estar esperando las pruebas médicas o similar, y teniendo en cuenta que estas pueden tardar, lo ideal es seguir adelante con nuestra vida habitual. Si alteramos nuestro día a día es que ya hemos asumido que nos ha ocurrido lo peor, cuando es muy posible que el veredicto médico final no sea el peor posible.
Hay que comentar también que está ampliamente demostrado que nuestro sistema inmunológico, nuestras defensas, se ven afectadas negativamente cuando entramos en un estado depresivo, vaya, cuando nos hemos rendido. Por tanto la depresión puede agravar la situación, mientras que mantener el ánimo y las ganas de disfrutar nuestra vida puede tener el efecto contrario. Y por todo esto te digo, no te rindas.
Y por supuesto, si sientes que tu ánimo decae, si pierdes las ganas de seguir adelante, si aunque sabes que todo lo dicho aquí es verdad pero aun así no consigues sobreponerte a la situación, no dudes en buscar ayuda. Deja que tus familiares y amigos te ayuden y animen, no dejes de seguir haciendo todo lo que antes hacías mientras puedas, pues aunque parezca que no hay motivo para ello, has de saber que la inactividad es tu enemiga. Y por claro está, si crees que necesitas apoyo psicológico no dudes en buscar a un especialista, pues tener un problema de salud física no es motivo para olvidarnos de nuestra salud mental.
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