A día de hoy la realidad es esta, se plantea que en breve esto será técnicamente posible y aunque sus más fervientes defensores dicen que en apenas un año sería viable, la mayoría de la comunidad científica opina si llega a conseguirse tardaremos mucho más. No obstante, al ritmo desorbitado al que avanza la ciencia, yo estoy convencido de que tarde o temprano lo veremos (quizás nosotros no, pero puede que nuestros hijos si).
Tampoco pretendo explayarme en los pormenores de la operación en sí, ya que lo que me interesa es el aspecto más moral y psicológico del asunto en cuestión. Imaginemos que sabemos a ciencia cierta que la operación es posible, que tenemos lo medios y que de alguna manera conseguimos un donante de cuerpo entero (esto último sería otro tema a plantearse, por cierto).
La última pieza de este puzle orgánico sería un receptor para el cuerpo, digamos alguien que sufre alguna enfermedad o accidente que ha dejado su cuerpo imposibilitado o bien que sufre una enfermedad terminal que se podría evitar con el trasplante. Otra posibilidad planteada serían receptores que sufran disforia de género.
Y ahora viene a donde quiero llegar. Tendemos a pensar que nuestro Yo reside en la mente, en el cerebro, pero esto no es del todo correcto. Pensemos que nuestro cerebro interacciona con un sin fin de sustancias químicas que nuestro cuerpo produce y que no serán iguales nunca entre dos individuos. Por decirlo sencillamente, nuestra forma de ser se condiciona parcialmente por nuestro cuerpo. No solo eso, sino que nuestros rasgos faciales, altura, peso y un largo etcétera también nos harán ser de una forma u otra, e incluso influye en como nos tratan los demás, cosa que a su vez nos vuelve a influir en nuestra personalidad y así se crea el efecto aquel de la pescadilla que se muerde la cola...
Imaginemos por un momento la sensación de mirarse al espejo y no reconocernos |
Resumiendo, si algún día se realiza este tipo de operación, más nos vale preparar no sólo el material de cirujano, sino también prepararnos para atender al inevitable shock que sufrirá el paciente.
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