Una regla de oro que se cumple en la práctica totalidad de los trastornos psicopatológicos es que se trata de conductas, actitudes o pensamientos que son llevados al extremo. Estos elementos se encuentran en todos los seres humanos en mayor o menor medida, pero cuando su intensidad llega a ser excesiva es cuando comienzan los problemas.
La ortorexia es un buen ejemplo de lo dicho, ya que se trata de un trastorno nervioso que afecta a la alimentación, en concreto a la preocupación por comer sano. Quienes padecen este trastorno viven obsesionados con alimentarse tan sólo con comida "sana, pura o no contaminada". Cuando hablamos de obsesión, nos referimos a que invierte una cantidad de tiempo, energía e incluso recursos económicos exagerada. Llegarán hasta el punto de rechazar comida que los estudios y expertos en alimentación consideran sana si la consideran no apta. Para rechazar dichos alimentos usarán cualquier argumento por muy seudocientífico o ilógico que sea, como por ejemplo que cierta fuente diga que esa comida es perjudicial. Da igual que esa fuente se demuestre poco fiable, ya que la mera duda que les genera hará que ya no quieran ingerir los alimentos "dudosos".
Esta forma de ver el mundo tan dogmática, es una de las bases de muchos otros trastornos similares, como la vigorexia. La realidad es que lo que más nos conviene es tener una dieta equilibrada, con todos los nutrientes necesarios, hacer ejercicio físico y tener hábitos que no nos expongan innecesariamente a enfermedades. Las personas afectadas por trastornos obsesivos basados en aspectos de la salud llevan sin embargo esta preocupación al extremo, llegando paradójicamente a la desnutrición, ya que rechazan esos nutrientes necesarios.
Por supuesto, no hay que confundir esta patología con la decisión personal de seguir ciertas dietas, ya sea por convicción moral, por salud o por querer cambiar en alguna forma nuestro físico, siempre y cuando esas dietas no lleguen a convertirse en perjudiciales para quienes las llevan a cabo.